Hitchcock: un guion de cine en 50 horas

Una identidad, un subconsciente escuchado y la creación de suspense fueron los elementos que escogió el maestro

María Martínez

“Nunca me satisface lo corriente. No puedo trabajar bien con lo corriente”, dijo Hitchcock en la conversación que mantuvo con Truffaut en 1962. Ocho días y 50 horas bastaron para que cuatro años más tarde se publicara uno de los libros indispensables en el cine. El británico y artesano de la creación volcó todos los miedos, obsesiones y fetichismos en su obra. Gracias a la decisión de ofrecerle dirigir su primera película con 23 años, conocemos el guion para crear buenas recreaciones. 

Realizó un arte a su imagen y semejanza al que tuvieron que rendirse todos los que lo criticaban. En aquel entonces la libertad de expresión era limitada, lo que complicaba convertirse en el mejor tras los estragos de la Segunda Guerra Mundial. Pero lo consiguió y creó sus sobresalientes largometrajes durante las décadas de los 50 y 60. El director David Fincher dice que en los mejores trabajos de Hitchcock siempre “hay un cordón umbilical más directo con su subconsciente”. Ahí es donde residía su genialidad. Fue capaz de aceptar y plasmar lo que le aterrorizaba.

Todos los directores poseen miedos, pero muy pocos son capaces de mostrarlos. Si partimos de la base de que la principal búsqueda del ser humano es comprensión y que su vía para ello es el reflejo en otras personas, con tan solo crear de su experiencia un largometraje captarían al espectador. Todo consistiría en elaborar identidad. “No importa donde se proyecte la película. Si se ha diseñado correctamente, el público japonés debería gritar al mismo tiempo que el público indio”, comentaba el genio del suspense. Así, esta idea eliminaría los sesgos por cuestiones de raza en ciudades cada vez más multiculturales.

Sus enseñanzas no solo supusieron la liberación de Truffaut como artista, sino también la nuestra para desengañarnos de conceptos que continúan vigentes. Uno de ellos es la idea de suspense y su relación con el miedo, lo cual fue desmentido por el director con el ejemplo de Vida alegre donde la espera de respuesta a una petición de matrimonio consigue crear gran intriga. Otro tipo de conjuro lo utilizó en Psicosis con la famosa escena de la ducha. De nuevo, jugando con el suspense provocó que, aunque la gente estuviera aterrorizada no pudiera cerrar los ojos. “A Hitchcock le encanta sorprender al público y llevarlo en direcciones que le desorienten. Se aprovechaba de eso y estaba muy orgulloso de ello. En eso se basa su cine”, alega Richard Linklater, guionista estadounidense.

Famosa escena de Psicosis en la ducha.

El productor no necesitó estar amarrado al espíritu realista para representar historias sin fantasía, conocía la verosimilitud y decidió no evitarla si le resultaba útil. Ahora es más difícil que encontremos obras donde se juegue tan hábilmente con ese concepto porque directamente se pasa a lo hiperbólico dentro de la noción de realidad. Fue a contracorriente pese a los comentarios de los críticos quienes le acusaban de hacer cine comercial. No filmó argumentos complejos para buscar la intuición por encima de la sobreinformación y criticó los diálogos, pero fue fiel defensor de la importancia del sonido. Para él no existieron ni los héroes por naturaleza ni las velocidades predeterminadas, le interesó más la dilatación del tiempo. 

Defendió que las películas mudas son la forma pura del cine, lo que le llevó a que la mayoría de sus obras con diálogo pudieran ser entendidas si no lo tuvieran. Utilizó los detalles, el sentido matemático en la construcción de secuencias, y las miradas y autorretratos como eje central de sus obras. En cambio, hay otras técnicas que el público y la época obligarán a modificar. Mientras que en las películas de Hitchcock se muestra el deseo a través de las miradas y se juega con el tiempo para la creación de suspense, ahora todo es más directo.

En la misma década en la que se retira el director aparece el cine pornográfico y el capricho comienza a manifestarse de otra manera, no encajada por muchos. Así, su genialidad se basó en la capacidad de transmitir erotismo y emociones relativamente turbadoras de una forma aceptable y respetada por todos los públicos. Si recordamos Encadenados, el famoso beso se puede considerar un plano diabólico con la única presencia de las caras. O, en Vértigo, todo se ralentiza porque piensa que es más interesante hablar de la psicología sexual de un hombre que necesita crear a una mujer muerta a través de una viva. Y es que, sus largometrajes jamás dejarán mudos. Ya lo hemos visto en el 40 aniversario de su fallecimiento