La esfera pública está llena de discursos irónicos. No hay nada de malo en ello, pero, ¿son realmente inofensivos?
Pavlo Verde Ortega
En el último artículo planteaba la posibilidad de que las personalidades machistas que pueblan El Madrileño no fuesen casualidad. Según esta hipótesis C. Tangana no estaría replicando ciegamente roles de género hegemónicos, sino parodiándolos, interpretando su papel a través de la ironía. Dicha opción parece plausible por varios motivos. Antón Álvarez, el paisano detrás del personaje, no cumple bien con los estándares del macho arrogante y violento que encarna en parte de su música. Se trata de un tipo templado que estudió filosofía, reconoce haber leído a alguna autora feminista y ha llegado a hablar de “educar el deseo”. Por ello, evocando la reflexión de Ernesto Castro también del artículo pasado, más bien estaríamos ante un provocador. Con este perfil resulta lógico pensar que nos está tomando el pelo para causar polémica, generar reacción por parte de los indignados del orbe y así ganar más fama. Puesto que es más lógico, se lo concederemos. ¿Libera esto a C. Tangana de todas las acusaciones que le han lanzado? Probablemente. Sin embargo, la historia no termina aquí.
Mucha ironía y pocas nueces
La RAE define “ironía” como una “expresión que da a entender algo contrario o diferente de lo que se dice, generalmente como burla disimulada”. No parece haber nada de malo en esta definición. Y no lo hay. El problema surge cuando la ironía pasa de ser un recurso a convertirse en el discurso. Uno de los autores que más alertó contra las trampas de la ironía fue el escritor estadounidense David Foster Wallace (1962-2008).
En su libro E unibus pluram encontramos frases como esta: “La ironía, por entretenida que sea, cumple una función exclusivamente negativa. Es crítica y destructiva”, lo que la convierte en “particularmente inútil cuando se trata de construir algo que substituya la hipótesis que ha desacreditado”. Así, al no proponer alternativas, por mucho que critique aspectos nocivos de nuestra realidad (y tal sería el caso de El Madrileño con la masculinidad) es inofensiva. ¿De qué sirve reírse y juzgar si al final de la carcajada no hay nada?
La ironía al rescate de la caspa
Peor aún, puede ser utilizada para revalidar el status quo de diversas maneras. Para empezar, porque puede ayudar a reforzar aquello que en principio se está atacando. Por un lado, cabe la posibilidad de que se tergiverse la ironía y llegue a oídos de personas que interpreten un discurso irónico literalmente. Con esto no me refiero tanto a los conservadores obtusos que malinterpretan las noticias de El mundo today y otros diarios satíricos y las usan contra la izquierda. Más bien a la posibilidad de que podamos escuchar a C. Tangana sin plantearnos si hay algo de parodia y acabemos utilizándolo para reafirmarnos (explícita o implícitamente) en nuestra conductas machistas.
Además, ironizar sobre uno mismo te hace más resistente a las críticas o puede ayudar a suavizar discursos que tomados literalmente y en la práctica sean destructivos. Por ello, personas, grupos o ideologías privilegiadas pueden emplear la ironía como escudo dialéctico. Un ejemplo muy aclaratorio es el youtuber Un Tío Blanco Hetero. Este se presenta como una parodia del hombre blanco heterosexual aferrándose a sus privilegios para empañar el hecho de que él mismo es… ¡un hombre blanco heterosexual aferrándose a sus privilegios! Otro youtuber, Matriaxpunk, analiza este caso con gran acierto.
“No lo decía en serio”
Por último, cabe mencionar cómo la ironía erosiona el compromiso con el discurso propio. Gustavo Matte lo expone así: “una cultura que acepta la ironía como recurso banal, corriente, acaba generando un ambiente de no responsabilidad moral en palabras de las personas públicas”. De esta forma da igual lo que se dice. Uno siempre puede alegar que lo ha dicho irónicamente y que en realidad no piensa así. Dicha irresponsabilidad imposibilita la discusión pública, la crítica y el (inter)cambio de opiniones. En última instancia, este ambiente siempre será beneficioso para quienes repliquen conductas que no cuestionan el status quo y perjudicial para los discursos realmente comprometidos. Un ejemplo de esto es Maluma. Después lanzar 4 babys fue acusado (como es lógico) de machismo. Su defensa consistió en decir que él solo interpretaba un papel y que en realidad respeta mucho a las mujeres. No hubo espacio para la refllexión en ningún momento. Bien jugado, Maluma.
Reflexiones finales
Con este artículo no quisiera clamar contra ni acusar a nadie de nada. Tampoco a C. Tangana y El Madrileño ni a Maluma. Mucho menos es mi intención llamar a la censura de cualquier discurso que emplee la ironía. Esta, per se, como el humor en general, es una gran herramienta con el poder de enriquecer lo que decimos. Ahora bien, como toda herramienta, tiene sus limitaciones y un doble filo que conviene resaltar. Ironicemos siempre que sea necesario y posible, pero entendamos también que no podemos construir nada sobre arenas movedizas.
Para más artículos sobre El Madrileño aquí uno sobre la música, acá otro sobre la identidad madileña y acullá un tercero sobre el machismo en el disco.