La nueva serie de Netflix, “Alguien tiene que morir” resulta ser de gran belleza visual, pero poco rica en cuanto a historia
Alba Blanco
La nueva apuesta de Netflix, “Alguien tiene que morir” se estrenó el pasado 16 de octubre y ha resultado ser de gran belleza visual, pero poco rica en cuanto a historia. Esto hace que la serie hubiera podido ser brillante, pero que se haya terminado quedando a medio camino. Creada y dirigida por Manolo Caro, tras su éxito cosechado con La casa de las flores, esta miniserie de tres capítulos ha decepcionado y destrozado las expectativas cosechadas en torno a la serie. A pesar de que las premisas de las que parte son realmente brillantes.
Ambientada en la España franquista de los años 50, “Alguien tiene que morir” cuenta la historia de Gabino, un joven español criado en España pero con raíces mexicanas, que ha estado durante 10 años viviendo en el país latinoamericano a causa de la posguerra española. Cuando Gabino regresa a casa después de tanto tiempo, no vuelve solo, sino acompañado de un amigo, Lázaro, un bailarín de ballet mexicano que pronto empezará a causar revuelos en la familia. Muy pronto, Gabino se reencontrará con fantasmas del pasado y empezará a ser el boca a boca de todos debido a su homosexualidad, en un entorno represivo y conservador en el que tanto él como su amigo Lázaro se verán en peligro.
La serie, aunque bien parte de premisas bastante interesantes, ya que pretende contar la historia de un joven homosexual en una familia tradicional, cuyo padre encarcela a chicos por ese motivo, no termina de cuajar en un guion muy predecible en ocasiones. Sin embargo la serie tiene sus virtudes. Entre ellas el reparto. Conformado por actores de la talla de Carmen Maura, Ernesto Alterio, Cecilia Suárez o Carlos Cuevas. También comparten pantalla otros actores como Eduardo Casanova, Alejandro Speitzer o Ester Expósito, que se estrena así en su primera serie de época.
Personajes flojos en un guion poco cuidado
No obstante, a pesar de su flamante reparto los personajes no terminan de cuajar. Tal vez porque la miniserie, con un total de tres capítulos con una duración de casi una hora cada uno, no da para mucho más. Pero sí es evidente que el guion, en cuanto a tratamiento de personajes, está poco cuidado. En este sentido, cuesta atribuir acciones a cada uno de los personajes. Hubiera sido interesante conocer más en profundidad al personaje de Cecilia Suárez, esa madre rota y fuerte que lucha porque su hijo salga de ese ambiente tan opresivo. Pero también al personaje del padre (Ernesto Alterio) cuyo despiadado trabajo acaba salpicando a su propio hijo.
En todo caso, ni una cosa ni otra suceden. El espectador termina la serie con la sensación de que se le han escapado cosas. De que no ha terminado de encajar con el final. En parte porque era demasiado predecible, y por otro lado porque no ha llegado a empatizar con los protagonistas. En este sentido, ni el personaje de la espléndida y veterana Carmen Maura consigue brillar. A pesar de que su rol en la historia podría haber marcado mucho más de lo que realmente lo hace.
A pesar de ello, sí existen escenas con cierta verdad dramática. Como casi todas aquellas en las que sale Carlos Cuevas. Un maravilloso actor que ha demostrado tener tablas más que suficientes para abordar cualquier papel que se le ponga por delante, o una en la que aparece el actor Eduardo Casanova en un calabozo. A pesar de que es un actor completamente secundario, la pureza y realidad de esa escena, revuelve el corazón y el estómago del espectador de forma implacable.
Una joya visual y una producción exquisita
Sin embargo, a pesar de sus fallos narrativos y de fondo, no se puede negar que la serie es una verdadera joya a nivel visual. El vestuario, las localizaciones, las escenografías. Todo está desplegado y a punto para que el espectador se entrometa de lleno en los años 50 en España. La producción que ha corrido a cargo de el propio Manolo Caro, junto a Rafael Ley, María José Córdova y Carlos Taibo es exquisita y cuida todos los detalles. Algo muy común en todas las producciones de Netflix. Una verdadera lástima que sea recurrente también en la plataforma no cuidar demasiado el guion.
No obstante, y a pesar de sus fallos, “Alguien tiene que morir” es la típica serie para ver rápido y del tirón que entretiene, gusta y que hasta puede llegar a conmover en algunas escenas. Pretende ser un thriller, pero lo cierto es que en el final todo es demasiado predecible. A pesar de ello, por su riqueza visual, su magníficos escenarios y un reparto de actores que, a pesar de todo, brillan, merece la pena verla para evadirse durante un rato. La serie está disponible en Netflix desde el pasado 16 de octubre.