‘Alcarràs’: El neoneorrealismo de Carla Simón

La historia de Carla Simón en ‘Alcarràs’ consolida a la directora como uno de los nombres más relevantes del cine patrio

‘’Mis tíos tienen un campo de melocotoneros y son agricultores’’. Esto es lo que dice Carla Simón cuando se le pregunta de donde nace su última película Alcarràs. Tras maravillar en 2017 con su opera prima Verano 1993 (Estiu 1993), la joven directora catalana ha traspasado las fronteras internacionales del cine logrando el Oso de Oro a mejor película en el Festival de Berlín. En Málaga ya logró el premio a mejor película con su anterior cinta, por eso no es de extrañar que el estreno nacional de su nueva película sea en el Festival de Málaga dentro de su sección oficial, pero en esta ocasión fuera de concurso (por obvios motivos).

Alcarràs nos cuenta el verano de una familia que vive en el pueblo que da nombre a la cinta, una familia que tiene un campo de melocotoneros, pero después de 80 años cultivando esas tierras este es el último verano que los Solé lo harán. La propia Carla ha contado como desde un inicio tenía claro que el reparto debía ser compuesto en su totalidad por actores no profesionales y que vivan en Alcarràs o pueblos de los alrededores, y así ha sido. Primer acierto y aspecto para destacar de esta película.

El reparto funciona a la perfección como si de una familia real se tratase, la forma de hablar, la forma de moverse, de relacionarse entre ellos, es lo más cercano a una familia de agricultores de Alcarràs real desde el patriarca de la familia que guarda silencio por su desconsuelo, el hijo que quiere continuar el legado familiar y perpetuar el oficio de agricultor viendo como esto no es posible, pasando por la madre que guarda silencio por amor, la hermana que decide volar sin perder el apego a la familia y la tierra, hasta el padre que reprime todos sus sentimientos y reacciona de forma desmedida con sus seres queridos sin ser capaz de pedir perdón. Por favor, denle un premio para todo el reparto de la película.

La película se hizo con el Oso de Oro de Berlín.

Estas actuaciones son potenciadas por la directora, no solo en su labor de dirección de actores (profundo trabajo de meses el que Carla Simón ha realizado con todos ellos), sino en su puesta en escena. Los personajes nunca están colocados dentro del espacio al azar, la cámara los acompaña con primeros planos cuando quiere contarnos de forma individual los conflictos de los personajes, nos sentiremos a solas con ellos en un espacio íntimo, gracias a la cámara.

Fotografía impecable

La película también está repleta de planos generales, planos que nos cuentan el sufrimiento de una familia al completo y su relación con la tierra. En general, planos cada uno más bonito que el anterior, pero no puestos por mero fetiche esteta, sino con una intención narrativa quedando exentos de maniqueísmos. El trabajo de la directora de fotografía Daniela Cajías es impecable, siendo la pareja de trabajo perfecta para Carla Simón, aportando al milímetro todo lo que Carla y la cinta necesita en cada plano, huyendo de la facilidad que da el campo como escenario de dar un plano preciosista pero vacío. Esto no quiere decir que en la película no haya planos preciosistas, pero los que hay están repletos de significado y matices.

Por otro lado, el montaje ayuda a contarnos la historia de toda la familia de forma coral e individual. Bien es cierto que conocemos más a algunos miembros de la familia que a otros, pero con dicho montaje se consigue que, aunque la familia tenga una jerarquía establecida, el relato carezca de jerarquía en cuanto a importancia de los personajes dentro de la historia, a excepción de la tierra, quien es un personaje más, no solo eso, sino el central.

Es la segunda película de la directora catalana.

Historia a través de la mirada infantil

Si en Estiu 1993 la mirada infantil era la protagonista, en esta ocasión queda a un lado, pero Carla Simón no la abandona. El film comienza con niños dejando volar su imaginación y jugando, posiblemente como la propia directora lo hacía. Alcarràs habla del cambio forzado, la ocupación y el desplazamiento de lugares predilectos. Este desplazamiento forzado se ve representando a través de los niños quienes van perdiendo sus lugares donde juegan y son echados de sus zonas de juego quedando perdidos sin saber donde ir a jugar para no molestar.

El personaje del hijo adolescente aporta la mirada de una generación desolada por un presente en continua crisis y un futuro que no se augura mejor y junto a su hermana, muestran una generación que pese a todo lucha por conseguir cambiar las cosas. Su padre entrega la desesperación por la responsabilidad autoimpuesta ante no poder evitar el desastre inminente, la dificultad de su generación por exteriorizar los sentimientos y los conflictos que dicha dificultad trae.

Por último, el abuelo nos muestra la mirada vacía de una generación que ha pasado la vida luchando por su familia y que por un simple error es incapaz de hacer nada mientras observa como todo lo que ha construido durante su larga vida se desmorona sin posibilidad de solución alguna.

En definitiva, Alcarràs es una película sobre el valor de la familia, los conflictos generacionales y sus luchas individuales, la perdida y el duelo, el arraigo a la tierra y las tradiciones y la reivindicación de la identidad de un oficio denostado y cada vez más maltratado por las macroempresas y gobiernos. Una película simple en su superficie y repleta de múltiples capas cada cual más compleja que la anterior y todas contadas y retratadas con gran acierto. Una cinta hecha con amor y realista que confirma que Carla Simón es una de las mejores autoras del cine mundial y tan solo con dos películas.

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