Los tropos y estereotipos rígidos siguen encasillando a las mujeres en el mundo del cine, cuyo quehacer sigue preso del machismo
En 1976 el ya fallecido director Jesús Yagüe, a quien tuve el placer de conocer, filmó La mujer es cosa de hombres (título bastante menos placentero). El contenido de esta película de destape es lo de menos. La clave es su título, que refleja muy bien el machismo de aquellos años y más en concreto dentro de la ficción cinematográfica. Lo preocupante es que pese al paso de los años la situación de la mujer en el cine no es mucho mejor. En 2021 solo el 17% de quienes dirigían películas en Hollywood eran mujeres. En España ese porcentaje ascendía en 2020 a un 19%. Si hablamos de guionistas, solo el 25% de los mismos en largometrajes y el 34% en series en Europa eran mujeres.
Persistencia de los tropos y estereotipos
Con estos datos queda claro que la representación femenina en la creación de ficciones cinematográficas continúa rezagada. Por todo esto se puede decir que, por desgracia, en el cine la mujer sigue siendo cosa de hombres. Ello se percibe en la calidad de sus personajes, como demuestra el informe de 2019 Cambiemos el guión. En él se lee: “Creemos que los personajes femeninos siguen construyéndose en base a estereotipos bien marcados y polarizados”. A la vez, persiste “la imagen de la mujer como figura sexualizada”. En el presente artículo analizaremos algunos de los tropos/estereotipos más comunes, así como la hipersexualización omnipresente en muchas películas, y plantearemos alternativas posibles a estos modelos machistas.
La damisela en apuros
El primer tropo es el de la damisela en apuros. Es uno de los recursos más básicos y antiguos de la ficción y su objetivo es motivar al protagonista masculino. Lo encontramos ya en la mitología griega, que nos muestra en la historia de Andrómeda y Perseo como la primera es rescatada por el segundo. Aparece también en cuentos de hadas clásicos como Blancanieves o La Bella Durmiente y en sus respectivas adaptaciones de Disney. Y más cerca en el tiempo también la Princesa Leia sufre el tropo en el sexto episodio de Star Wars u otra princesa, en este caso Peach, en los videojuegos de Súper Mario.
La mujer en el congelador
Afortunadamente la actualidad de este tropo ha ido decayendo con el tiempo. Ahora bien, otro tropo algo más sutil ha venido a sustituirlo: el de la mujer en el congelador. Fue bautizado así por la guionista Gail Simone en honor a un pasaje del cómic de Linterna Verde en el que este encuentra a su novia asesinada por el villano dentro de un congelador. Según este tropo una mujer con una relación estrecha (normalmente de pareja) con el protagonista varón es asesinada, violada o vulnerada de algún modo para, una vez más, motivar a aquel en su arco narrativo.
Es muy común en la ficción de superhéroes (Gwen Stacey en el Spiderman de Andrew Garfield, Batgirl en La broma asesina) y en la de acción (hay varios ejemplos en la saga James Bond). Para más información consúltese el sitio web de Gail Simone Women in refrigerators, donde analiza una por una todas las nuevas reincidencias en el tropo.
El viejo tropo de la damisela en apuros y el más contemporáneo de la mujer en el congelador tienen algo en común. En ellos los personajes femeninos son unidimensionales, pasivos y solo existen en relación a un hombre. Como indica un vídeo de The take sobre esta cuestión, su persona y personalidad no importan y su valor reside en muchas ocasiones (sobre todo cuando el tropo se da en forma de violación) en su pureza sexual.
Sexualización: la otra cara del machismo cinematográfico
Y es que parece que las mujeres en pantalla pivotan mayoritariamente entre dos extremos. O la pureza que ya hemos analizado o una sexualización exagerada. Según el ya citado estudio Cambiemos el guión: las mujeres “tienen cuatro veces más probabilidades que los hombres de aparecer con ropa sugerente o totalmente desnudas, y un 15% de posibilidades de tener relaciones sexuales, frente a un 4% en el caso de los papeles masculinos”. Esta tendencia a la sexualización tiene por consecuencia que los personajes femeninos una vez más vuelvan a estar subordinados al varón y le sirvan de motivación. Con la única diferencia de que en este caso dicha motivación es meramente sexual. El impacto en en las espectadoras también es notable. Un estudio de Diana Gavilán, Gema Martínez-Navarro y Raquel Yaestarán afirma: “Al ver imágenes sexualizadas de mujeres disminuye en las mujeres la creencia en la igualdad de los roles de género, y se reduce la autoestima corporal aunque también se constata que se potencia la importancia asignada a la competencia corporal de las mujeres” (pg. 370).
Machismo y racismo en la representación de la mujer negra
En el caso de las mujeres negras la estereotipación resulta incluso más evidente. En un artículo para Afroféminas Hali Alexis Nneka Ngobili analiza cómo en el cine de Hollywood las mujeres afroestadounidenses han estado confinadas en tres roles mayoritarios.
Por un lado la Mami, el ama de casa de las familias blancas. “A la Mami se la percibe como una mujer maternal, obesa, no amenazante, profundamente religiosa y poco atractiva”. La Mami más icónica, que da nombre al arquetipo, es Mammy (interpretada por Hattie McDaniel) de Lo que el viento se llevó. El segundo estereotipo es el de la Jezabel. Se trata de una mujer hipersexualizada, promiscua, objeto de deseo del hombre blanco. Este rol ha evolucionado hacia el de la Chica Mala: “una mujer joven negra que es grosera, drogadicta, agresiva y se dedica a la prostitución principalmente en las calles”. Un ejemplo claro es Foxy Brown (Pam Grier) en la película homónima del 74. Por último nos encontramos con la Zafiro. Es una mujer seria, calculadora y grosera que descarga su ira contra los hombres (generalmente negros).
Prejuicios y alternativas
En este recorrido asistimos a un patrón común. Todas las ficciones donde se engloban estos tropos y estereotipos responden a una perspectiva masculina o cuando menos a prejuicios machistas (y racistas). Como si el hombre fuese la medida de todas las cosas y la mujer solo un apéndice. Ante esto surge la gran duda: ¿qué se puede hacer?
Se han propuestos numerosas pruebas para ponderar el grado de machismo de una narración. La más clásica es el Test de Bedchel. Su premisa es sencilla: que aparezcan al menos dos mujeres con nombre propio, que hablen entre sí en algún momento y que el tema de conversación no sea un hombre. Complementario al anterior es el Test de Mako Mori. Este exige que aparezca un personaje femenino, que tenga un arco argumental propio y que este no esté supeditado al de un personaje masculino. Como guinda del pastel tendríamos el Test de la lámpara sexi. Según el mismo, es preciso que no haya ninguna escena donde una mujer pueda ser sustituida por una lámpara sexi sin dañar la escena.
Conclusión
Son muchos los test que se pueden hacer para evaluar el machismo de una ficción y subsanarlo. No obstante, más allá de patrones fijos la clave es más sencilla (y mucho más complicada a la vez). Las mujeres en la ficción han estado (casi) siempre supeditadas a los varones. Sus roles han sido subsidiarios de los de estos, hasta el punto de que muchas veces aparecen aisladas de otras mujeres. Nuestra guía de acción debe consistir en lograr una ficción cinematográfica independiente de la vara de medir masculina que dé a las mujeres un espacio de autonomía narrativa desde el respeto, la multidimensionalidad de sus personas, la complejidad y la observancia de la diversidad entre las propias mujeres (lo cual implica revisar también nuestros estereotipos racistas, clasistas, LGTBIfobos…). Evidentemente no es tarea fácil. Pero es un propósito que vale la pena.