Prostitución: La libertad no siempre te hace libre

En términos de prostitución, de nada sirve debatir de feminismo o libertad cuando existen sometimiento y posesión

Alba Blanco

Es cierta aquella expresión que dice que “la prostitución es la profesión más vieja del mundo”. Y es que, desde casi antes de existir este, miles de mujeres han servido sexualmente a los hombres. En muchas culturas y de maneras muy distintas. El hombre, como “sujeto todopoderoso” se ha aprovechado de su rango de superioridad social para “usar” a la mujer como un simple objeto de mercancía. Como algo que le entretiene y que le pertenece.

No obstante, y para nuestra fortuna, con la llegada del feminismo y de un pensamiento más moderno, el papel de la mujer en la sociedad ha cambiado. Aunque no lo suficiente todavía. Si planteamos esta misma cuestión al asunto de la prostitución: la mujer ya no es considerada (aunque aún no en todas las partes del mundo) como un mero objeto sexual para el hombre. Sin embargo, la prostitución sigue existiendo.

Abolicionistas y regulacionistas

El debate abierto dentro de los círculos feministas acerca de la prostitución ha dejado sin protección demasiados frentes. En primer lugar, está el llamado feminismo abolicionista. Aquel que considera que la prostitución no debería ser legalizada, ya que en ninguno de los casos es ejercida de forma libre y querida por la mujer. Y, por otro lado, está aquella otra facción de feministas llamadas regulacionistas o proderechos, que opinan que existe un porcentaje de estas mujeres que ejercen la profesión porque quieren.

Una libertad a medias

Resulta llamativo, en el mundo en el que vivimos, que aún se siga haciendo tales consideraciones. Aunque bien pueda haber un número de mujeres, que ejerzan la prostitución, que puedan estar en su derecho de querer hacerlo, hay un alto porcentaje (el que más) que lo hacen forzadas por situaciones complicadas. Que se escapan de su propia elección.

Es por ello que, a pesar de que haya que escucharnos entre todas, no deje de ser irónica la cuestión esencial del asunto. Quiera la mujer ejercer la prostitución o no, está vendiendo su cuerpo. Por lo que la historia no es del todo distinta. ¿Qué es inmoral entonces? El hecho de no poder elegir. O que haya mujeres en pleno siglo XXI desarrollando una profesión que, indudablemente, supone una sumisión de poder hacia el hombre. Y en la que, además, estás traficando con tu cuerpo.

En este sentido, de nada sirve debatir sobre feminismo, sobre los derechos y avances que hemos logrado las mujeres, ni, por supuesto, hablar de libertad. Porque cuando se hace en estos términos, en los que existen presiones y sometimientos, por mucha libertad que una crea que está ejerciendo sobre sí misma, esta, de forma irrevocable, ha dejado de hacerte libre.

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