El entusiasmo: un relato de las alianzas de la rueda económica contra la industria cultural
María Martínez
El perfil del especialista en cultura está bajo mínimos porque se ha convertido en un sujeto envuelto en la precariedad. Los que mandan sobre nosotros han conseguido crear un entusiasmo fingido para aumentar nuestra productividad. Así, los pagos son simbólicos y nuestra aceptación de la realidad está basada en una impresión o en la espera y esperanza de algo mejor.
Los criterios culturales vienen dados por el mercado. Algo innato como la vocación, se convierte en la coacción de nuestra libertad. Cuando no hay dinero, la capacidad de elegir pasa a un segundo plano. Además, a ello se puede sumar que tu entorno opine que practicas una ficción y que esos tiempos son ociosos y no de trabajo a pleno rendimiento. El entusiasmo íntimo ha pasado a ser un entusiasmo inducido como resultado de un mundo competitivo. La carencia de tiempo cubrirá con una venda los ojos que no te permitirá pensar en lo que está sucediendo.
Cada minuto se podrá conocer cuál es nuestra posición en el mundo a través de la cuantificación y, la creación masiva de categorías terminará con las expectativas de encontrar diversidad en las ciudades. Los números primarán ante cualquier otra respuesta. Y los individuos pasarán de largo cualquier objeción, lo único importante será que alguien haya leído o visto su trabajo.
Cuando cualquiera se convierte en competencia, la mala suerte de otros disuade la frustración al compararse y estar ocupando un lugar mejor. La vida pública actúa de camuflaje ante la verdad mostrando la versión más positiva de cada uno y, por tanto, con una realidad escondida. Tenemos que oponernos a la idea de que solo las personas con buena economía o un alto puesto se conviertan en las poseedoras de la libertad creativa.
Las identidades marcadas no pueden establecerse por la pertenencia a una familia o definidas por el trabajo. Y los jefes de las empresas no deberían calificar a una persona por estos motivos. En el talento se tiene que sentar el cargo para abandonar la ruleta de la fortuna de gente perfectamente cualificada y sometida a las humillaciones de los superiores. Si no lo hacemos, estamos colaborando en una evaluación a beneficio del poder coartando la libertad e imaginación de las personas. Como se relata en El entusiasmo, la falta de reconocimiento desemboca en que cada vez sea más difícil resistir y se termine por opositar, aunque los sueldos sigan siendo bajos y la libre designación de los que mandan juegue de nuevo su papel.
Los sistemas traducen a datos expulsando los aspectos más complejos del pensamiento. “La cultura académica se hace por evaluados tan precarios como quienes escriben los artículos que ellos evalúan”, comenta Remedios Zafra. Y es que solo nos hace falta dar un paseo por las facultades para escuchar la opinión de los alumnos sobre la mayoría de los profesores o materia. En muchas ocasiones, encuentras quejas que no deberían contabilizar por pretender realizar el mínimo esfuerzo. El problema llega cuando te diriges al sector de los expedientes más brillantes y te dicen que sienten tener más conocimientos que los que imparten la materia.
Las instituciones dedicadas a la enseñanza se copian del mal ejemplo de las empresas. El “hombre fotocopiado” se mimetiza con el organismo que le acoge y abandona su inconformidad si quiere quedarse en el puesto. Es una cadena en la que nada puede funcionar y donde la persona que nos dirige es un alumno más que tampoco decide por él mismo.
La disposición 24 horas también juega su peor carta ayudando a convivir de manera habitual con las injusticias. Nuestro refugio de libre acceso ha pasado a ser un engaño emocional en un mundo que se enmarca en una respuesta tan rápida que al segundo puede ser desmentida. Una falta de profundización pasea de la mano de la libertad, el ansia vence la reflexión y la sobreinformación la calidad de contenido.
Cuando realizamos un recorrido vital imaginando vidas y sensaciones es porque lo que hemos alcanzado no nos satisface, lo que afectará al rendimiento. El esfuerzo moral tendrá que ser doble para conseguir eficiencia. La eficacia se logra con el compromiso de una necesidad económica, pero para la eficiencia sería necesario sentirse cómodo. Y es que, si trasladamos la reflexión al interés de nuestros mandos, también les compensaría. Los jefes están aumentando el tiempo en conseguir su objetivo al tener personal que terminará por percatarse del descontento que muestra en sí mismo por participar en algo con lo que no está de acuerdo. El horror es pensar que “la vida de los entusiastas es una vida constantemente aplazada”, como dice Remedios Zafra.