El mes pasado Netflix estrenó ‘Hype House’, el primer reality sobre el fenómeno tiktoker
Está claro que la pandemia mundial ha sido catastrófica en tropecientos aspectos, pero también que ha cambiado la perspectiva desde la que veíamos el mundo en algunos ámbitos (véase el teletrabajo o la comida a domicilio). Lo que ocurre es que el tema del que hablaré hoy (o despotricaré) es bastante más banal en el día a día de la mayoría de las personas, a no ser que seas un adolescente. Por cierto, yo soy uno de estos (¿22 años es adolescente?). Se trata del mundo de Tiktok, pero más concretamente del de los tiktokers estadounidenses que conviven juntos en una mansión (la ‘Hype House’) con el fin de crear contenido juntos y saciar la ansiada necesidad de sus seguidores por verlos bailar, jugar, comer o simplemente respirar.
Cuando todos nos encontrábamos encerrados en nuestras casas y las redes sociales se convirtieron en uno de los métodos de distracción principales, llegó el auge de Tiktok. La plataforma conocida anteriormente como Musicaly, dejó de ser motivo de burla y estar considerada para frikis o “pringaos” (típico argumento de m***da utilizado hoy en día para desprestigiar a esa maravillosa gente que se sale de la norma y es feliz haciendo lo que hace, sin intención de molestar a nadie). A partir de sus trends o retos (menudas cosas llegamos a hacer…) el número de descargas no cesó de subir hasta lo que es hoy en día: la red social de los jóvenes y del momento.
Para los más desubicados, un tikoter es en realidad lo que conocemos como influencers, pero de dicha red social. Son aquellos que comenzaron ofreciendo un tipo de contenido (bailes, cocina, noticias…) y que sobre todo han construido una imagen y la han convertirlo en el eje de interés para sus seguidores. Ahora ya no interesa su contenido, interesan ELLOS.
‘HYPE HOUSE’, un mundo sin alma
El reality de Netflix te aclara bastantes cosas sobre el universo tiktoker, pero a su vez te sorprende con otras más preocupantes (o por lo menos a mí). En ‘Hype House’ nos adentramos en una mansión de California en la que conviven muchos tiktokers con millones de seguidores (oscilan entre 2 y 30). Enseñan de forma (bastante) limitada la personalidad de estos ídolos de masas, pero sobre todo el funcionamiento de la casa de creación contenido y bastantes dramas personales o conflictos colectivos.
Siendo sinceros [y quizás un poco cruel (o no)], las penas que el reality trata de vender el espectador a modo de trama me importan un pimiento. Calan más bien poco en mi lado más sensiblón. Hay algo que me preocupa mucho más y que llega incluso a provocarme pena por ellos.
Vistos todos los capítulos del formato, soy incapaz de separar el personaje tiktoker de la persona. La red les ha absorbido por completo (a excepción de Vinnie Hacker) y viven por y para crear contenido pensando en sus seguidores. Viven con miedo a lo que hacen y dicen por ser cancelados, son incapaces de transmitir sentimiento si no están grabándolo y están obsesionados con las cifras. Es curioso cómo consiguen, en el espectador, justo la sensación contraria a lo que buscaban (o eso espero por lo menos). Supuestamente te sientas en tu sofá para ver un reality en el que vas a dejar atrás la fachada que mantiene en redes el tiktoker, sin embargo no hay rastro del ser humano y el influencer ya se ha comido a la persona.