En 2022 se cumplen 25 años del estreno de La princesa Mononoke. Aquí van algunas lecciones que podemos extraer de esta película tan actual hoy como en 1997
Este año se cumple un cuarto de siglo desde el estreno de La Princesa Mononoke y esta mítica producción de Estudio Ghibli vuelve a las salas de cine. Se trata de una de las obras más logradas de Hayao Miyazaki y su equipo y el éxito que alcanzó fue inmenso desde un primer momento. Hasta el estreno de Titanic fue la cinta más taquillera de la historia de Japón y supuso un espaldarazo decisivo en la popularidad de Ghibli fuera de su país de origen.
En esta historia fantástica se entremezclan la mitología y la historia japonesa, sazonadas ambas con la imaginación infatigable de Miyazaki y una reflexión sobre la (mejorable) relación del ser humano con su entorno. A estas alturas podemos hablar ya de un clásico de la animación y el cine en general e independientemente de cómo se desempeñe en taquilla en su reestreno la grandeza de la película es indiscutible.
Debido a este veinticinco aniversario son abundantes los artículos que han proliferado al respecto de esta película y sus muchas aristas. Uno de ellos, escrito por Mónica Zas Marcos y publicado en El Diario, nos habla sobre las lecciones medioambientales que podemos extraer del filme de Miyazaki. Tirando de su hilo, quisiera ofrecer aquí otras cinco lecciones, medioambientales y de otra índole, que esta película nos lega y que considero especialmente importantes.
¿Dónde están los malos y los buenos?
En un principio la respuesta parece clara. Ashitaka, San, los demás habitantes del bosque… representan el bien, la defensa de la vida y del equilibrio. Mientras, al otro lado, Lady Eboshi, con su afán extractor, su belicismo y su carácter implacable, no puede ser más que la antagonista. Sin embargo, tan implacable es San como Eboshi y tan violentos son los ataques de los lobos y los jabalíes del bosque como los soldados de Eboshi. Además, la ciudad de hierro, de la que aquella es dirigente, por más daño que cause al bosque con la minería, sirve de asilo para personas desamparadas y repudiadas, como leprosos o prostitutas, que pueden empezar allí una nueva vida. En La princesa Mononoke no hay buenos ni malos. En su lugar encontramos personajes contradictorios, con motivaciones que tienen más que ver con su propia supervivencia que con altos o bajos ideales.
Un chico y una chica que se llevan bien no tienen por qué acabar juntos
Ashitaka y San podrían ser el arquetipo de pareja que en un primer momento no congenia, pero que con el paso del tiempo hace las paces, permite que nazca la amistad y finalmente la guinda del pastel, el amor. Pero algo falla en esta sucesión que tan lógica nos resulta en el cine de todas las épocas. No solo no acaban juntos, sino que (y aquí va un espóiler) deciden explícitamente anteponer sus responsabilidades comunitarias a sus sentimientos. La amistad que se fragua entre ambos es una de apoyo mutuo y respeto a pesar de las grandes diferencias que los separan. No el preámbulo a un bonito romance. Al final de la película, después de haber unido sus fuerzas para lograr un objetivo común y hacerse mejores el uno a la otra, cada cual prosigue por separado su camino.
Esta es una estrategia clásica en la filmografía de Miyazaki. El amor entre sus personajes no se expresa con romances apasionados, sino por la voluntad de cada uno de los miembros de la relación en cuestión de lograr la mejor versión de sí mismos y de los demás, aunque eso implique no satisfacer todos nuestros deseos. Este vídeo de The Take analiza brillantemente el tratamiento del amor en los filmes de Miyazaki.
La animación para todos los públicos no necesita ser explícita y evidente en sus mensajes para resultar edificante
No es que La princesa Mononoke sea un laberinto de códigos indescifrables. Ahora bien, carece del tono claro y moralizante (y si se me permite, simplón) de las películas de Disney y aun así consigue ser mucho más directa e impactante en lo que trata de transmitir. Su mensaje de amor a la naturaleza y fin de la guerra a la vida humana y no humana cala en lo más profundo de quien la ve, por pequeño/a que sea, y sin necesidad de que Miyazaki nos lo diga a la cara en ningún momento. Todo esto gracias a que el japonés, lejos de tomarnos por idiotas, prefiere que nos perdamos en las poderosas imágenes y el tono cautivador de la cinta. Así se planta una semilla de reflexión que podrá germinar o no, pero que te alcanza en cuanto la ves.
A esto hay que sumar los símbolos que pueblan la película, muchas veces extraídos del folclore japonés, que nos obligan a estar atentos y a interpretar qué significan exactamente. Un público activo es garantía futura de inquietud intelectual.
Todos los seres vivos somos compañeros (o podemos serlo)
En esta película no solo importan las relaciones entre seres humanos. Tan importantes como estas son las que los personajes humanos tienen con los no humanos. Ya sean amistosas o antagonísticas. El vínculo que Ashitaka tiene con su alce o San con los lobos es tan significativo como el que uno y otra tienen entre sí. La enemistad entre Lady Eboshi y los jabalíes es más cruda que la que existe entre cualquier grupo de humanos en la historia. Hasta el bosque y todos sus pobladores animales, vegetales y espirituales entablan relaciones de distinto tipo con los humanos.
¿Cuál es la lección que podemos extraer? Que los demás seres vivos y en especial los animales no humanos no son esencialmente distintos a nosotros. Esto no significa que seamos todos lo mismo y debamos tratar igual a un alce o un fresno que a una humana. Pero implica que podemos tener relaciones relevantes y reales con cualquier otro ser vivo. En vez de ver la naturaleza como un paraíso perdido o como unos grandes almacenes de los que extraer recursos Miyazaki nos invita a entenderla como una compleja sociedad donde múltiples especies interactúan. De nosotros depende cómo sean dichas interacciones.
El daño ya está hecho, pero hay esperanza
La princesa Mononoke no deja de ser una alegoría sobre la crisis ecológica en la que estamos inmersos. Una que no oculta la crudeza de nuestra situación. El argumento nos lleva a momentos de tensión medioambiental máxima y la guerra entre los habitantes del bosque y los de la ciudad de hierro produce perjuicios irreparables a la vida local, orgánica y espiritual.
Sin embargo, no es una película pesimista (y vuelven los espóileres). La paz entre los humanos y el bosque es posible. Eso sí, exige un gran esfuerzo de autocontención por parte de Lady Eboshi y los suyos, que deben renunciar al extractivismo minero. Un esfuerzo que llega, además, tras una guerra destructiva que no ha dejado ningún ganador. Este daño no se puede evitar ya y sus causantes y víctimas deberán aprender a vivir con él, pero al mismo tiempo la paz ofrece oportunidades de sanación y reconstrucción, por tímidas que sean.
Este mensaje ambiguo, pero razonablemente esperanzado, se puede aplicar a la vida real y nuestra crisis presente. El deterioro medioambiental, el cambio climático, las especies extintas… son hechos inapelables y en buena medida nuestra responsabilidad. Ahora bien, nunca es tarde para hacer las paces con el planeta y la vida, de los que formamos parte, y reconstruir nuestra civilización para que esta crisis sea lo menos lesiva posible. Esto, por supuesto, implicará renuncias tan grandes como las que tiene que llevar a cabo la ciudad de hierro. Este no será un camino heroico, porque lo que está en juego no es la gloria o el éxito, sino la supervivencia de millones de especies, entre ellas la nuestra. Pero vale la pena atravesarlo.
Conclusión
Y hasta aquí estas cinco lecciones. Estoy seguro de que cada una de ellas habría podido dar para un artículo en sí mismo. También de que son muchas más las lecciones que podríamos haber extraído. Pero eso ya queda a la iniciativa de quienes vuelvan a ver La princesa Mononoke, en la pantalla grande o chica. Aniversarios aparte, siempre es una buena ocasión para ello.