‘Parthenope’, Sorrentino y Nápoles, un regalo a la vista y un dolor profundo en el corazón, para quienes lo sientan
‘Parthenope‘ fue la última película que vi proyectada en el Festival de San Sebastián de la edición número 72. Fue un día lluvioso. Venía de mirar a los ojos a Andrew Garfield después de coger un autobús a la una de la mañana. Pasaba todo muy rápido. Creo que es la razón por la que ver la última película de Paolo Sorrentino fue tan especial. La lluvia, dormir poco y tener todavía muchas preguntas sin respuesta.

‘Parthenope’ tiene su origen en un mito griego. Cuenta la historia de una joven llamada Parténope, convertida en sirena por Afrodita. Según este mito, cuando Odiseo no sucumbió al canto de las sirenas en su regreso de la guerra de Troya, las sirenas se arrojaron al mar. El cuerpo de Parténope fue a parar a una playa, donde se construyó un templo en su honor. Posteriormente el templo dio lugar a un pueblo. Y el pueblo se convirtió en el actual Nápoles.
Sin embargo, las libertades para Sorrentino son parte de su esencia, para quien le guste y para quien no. Personifica a Parthenope en una niña nacida en el mar. Literalmente. Y es a ella, a quien seguimos durante 136 minutos. Como suele pasar con este director italiano, nos deslizamos en este tiempo por profundas emociones. Puedes sonreír a la pantalla, estar llorando al siguiente minuto o simplemente sentir desprecio. El cine para mí tiene que ser esto.
Por otro lado, no solo nos deslizamos en emociones. Tengo entendido que Parthenope debían ser tres películas. Tras eso, fueron 4 horas. Y ahora, finalmente, apenas supera las dos horas. Esto puede ser justificación a la crítica tan ajustada. Vives al lado de Parthenope la búsqueda constante de respuestas a preguntas que no terminan de estar formuladas. La juventud está siempre presente, pero de un momento a otro se desprecia. Y la belleza, la belleza que lo envuelve todo y hace de cada plano un lujo, rodea pero no llena. Sabes de que va la película al acabar, pero explicarlo es complicado. Es un lienzo a medias y muy superficial.

El conflicto eterno con la juventud no es nuevo para Sorrentino (lo veíamos en ‘La juventud’, 2015). Tampoco lo es la búsqueda de la belleza, profundísima preocupación en la filmografía del director (‘La grande bellezza, 2013). Y Nápoles, el lugar que le vio nacer, al que convierte en la gran pantalla en un Olimpo terrestre, se repetía en su última e íntima película (‘Fue la mano de Dios‘, 2021). Podría ser un especie de culmen para sus historias. San Genaro incluso vuelve a aparecer, como lo hacía en 2021 en el inicio del film.
Sin embargo, hay un eco distinto en Panthernope, interpretada por una brillante Celeste Dalla Porta. Por primera vez tenemos a una protagonista femenina. Hay cierta fuerza en ella, aunque la cosificación en Sorrentino asoma en cada instante. No obstante, noto en la joven valentía, libertad e inteligencia. Se mueve a su antojo, vive las consecuencias de su belleza y toma las decisiones siempre buscando ese algo más. Tal vez en el fondo sí se trate de una película a medio hacer, pero en ella hay más Sorrentino que nunca. Para lo bueno y lo malo.
El primer día en clase del Máster, mi profesor me preguntó por esta película. Le dije que me había encantado, pero a la hora de explicar qué me había gustado mi mente se quedó en blanco. Ayer la volví a ver en el cine con una amiga. Lloré en algunos momentos, pero ni de cerca fue tan especial como en San Sebastián. A pesar de todo, me niego a pensar que no hay algo increíble en Sorrentino. Tiene una forma de mirar el mundo única. Haría de cualquier realidad horrenda un montaje precioso. Me alegro de poder estar viviendo esto. Y de sentirlo así. ‘Panthernope’ todavía está en algunas salas, yo aprovecharía otra vez.