‘Los pequeños amores’: Una película fresca y llena de cariño

Una veraniega fábula de Celia Rico sobre los cuidados entre madre e hija

Desde su presentación el pasado 4 de marzo en el 27 Festival de Málaga, la nueva película de la directora de Viaje al cuarto de una madre no ha tenido que esperar demasiado para llegar a las salas de cine. Este 8 de marzo, Día de la Mujer, llegó a las salas Los pequeños amores, una película fresca y llena de cariño, con unas magníficas Adriana Ozores y María Vázquez en una historia sobre las imperfecciones, las madres, las hijas y todos sus amores.

La madre de Teresa, tan cabezona como siempre, ha sufrido un pequeño accidente y necesita ser atendida en casa. Aunque Teresa tiene planes esperándola muy lejos, no tiene más remedio que volver a la casita de campo del pueblo y permanecer con su madre hasta que se recupere. Estas inesperadas vacaciones traerán consigo todas las disputas y malentendidos entre madre e hija que no parecen haberse apaciguado con los años.

El encanto de la película es palpable desde el primer momento, integrándonos de lleno en la relación de Teresa y su madre, las rencillas que tienen desde siempre, las maneras tan diferentes que tienen de ver la vida. Sus personajes, infinitamente enriquecidos por las actuaciones de María Vázquez y Adriana Ozores, se sienten tan realistas como encantadores, incluso con sus defectos. No abundan las historias sobre mujeres de mediana edad, como bien apuntó Celia Rico en la rueda de prensa de Málaga, y este film nos muestra lo hermoso de sus conflictos, sus anhelos y sus vidas.

Y es que la película aborda un momento crucial en la relación entre Teresa y su madre. Ambos personajes llevan emancipados la una de la otra durante ya muchos años, pero su nueva y forzada convivencia revive los inevitables roles entre madre e hija. Teresa, tan soñadora como autoexigente, redescubre su propia torpeza ante los ojos de una madre que nunca va a ver bien nada que no haya decidido ella misma, ni el gazpacho de supermercado, ni las instrucciones de su dentista, ni las herramientas de los pintores. Los miedos e inseguridades de ambas se disparan bajo la atenta mirada de la otra, procurando siempre desplomarse solo en soledad. Teresa y su madre nos recuerdan que en la cotidianidad de un verano cualquiera, ya sea como hija o como madre, despiertan los amores y los enfados, grandes y pequeños por igual.

Entre estas dos mujeres surge un tercer personaje fuera de la familia, el “Muchacho” encarnado por un prometedor Aimar Vega, que se convierte en un respiro y un homenaje a la juventud en la casa familiar: un joven de pueblo que se gana la vida pintando casas mientras sueña con huir a Madrid para convertirse en actor. Sus intervenciones, llenas de comicidad pero también de la inocencia que solo puede vivir alguien que todavía no ha visto el mundo y al que le quedan muchos errores por cometer, enternecen de igual manera a madre e hija, consiguiendo ganarse su corazón y también el de la audiencia.

Tanto el elenco como la directora hablaban con entusiasmo en la rueda de prensa sobre la importancia de los cuidados y los detalles, esos “pequeños amores” que estuvieron presentes no solo en la película, sino también en el set. Es de lo que se nos quiere hablar desde el principio, y también en lo que pensamos al salir de la sala de cine. Es una película que nos impulsa a llamar a nuestras madres, a volver al pueblo el fin de semana, a preguntar al panadero qué tal el día, a quedar más con nuestros amigos y a hablarnos mejor a nosotros mismos, porque los pequeños amores están en todas partes y nunca es tarde para vivir la vida a través de ellos.

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