Sobre la mirada masculina en el cine

La mirada masculina ha estado presente desde el cine clásico hasta hoy. ¿En qué consiste exactamente y cuáles son sus alternativas?

En un articulo anterior hablamos de la influencia del machismo en la ficción audiovisual. Sin embargo, la influencia de los factores sociales no se queda en el guión, sino que afecta al núcleo mismo del medio audiovisual: la imagen. Tal es así que el sentido común cinematográfico, la forma estándar de filmar, está atravesado por una tendencia constante a la cosificación de las mujeres. Ya en 1975 la autora feminista Laura Mulvey hizo notar este hecho en un artículo titulado “Placer visual y cine narrativo”. A este fenómeno lo denomino “mirada masculina”.

Características de la mirada masculina

La mirada masculina se caracteriza por establecer una dicotomía visual hombre/mujer en la cual el primero siempre es el que mira y la segunda siempre es mirada. Así, el rol pasivo que históricamente se les ha impuesto a las mujeres en las historias tiene su reflejo también en la cámara. La mujer queda convertida en un objeto de contemplación que actúa como fetiche o mera imagen, normalmente sexualizada. Es el elemento pasivo de la narrativa audiovisual, frente al hombre, que observa activamente y a menudo recibe motivación en su arco de personaje del propio hecho de observar. De todo lo anterior se deduce que la mirada masculina está asimismo fuertemente atravesada por el deseo heterosexual normativo, que privilegia frente a cualquier otra forma de atracción.

Ejemplo emblemático de mirada masculina en La tentación vive arriba (1955)

Por mirada masculina no debemos entender mirada “solo de hombres”. Indudablemente este formato visual nace en un contexto de desigualdad de género (también dentro del mundo del cine). Los directores varones han sido la aplastante mayoría a lo largo de la historia y han plasmado su punto de vista concreto y socialmente situado en su forma de hacer cine. Con el tiempo ciertas de estas trazas cinematográficas se han ido fosilizando, hasta convertirse, como decíamos al comienzo, en el sentido común del séptimo arte. Pero por eso mismo, también las mujeres directoras pueden replicar los tropos visuales de la mirada masculina.

Tropos

Tras todas estas explicaciones: ¿cuáles son exactamente esos tropos? La premisa es la presentación del cuerpo femenino “por piezas”, con un gran detenimiento es sus atributos físicos. Son habituales los primeros planos de cuerpos desnudos y los planos de abajo arriba casi escaneando al personaje. Como consecuencia el rostro queda relegado en favor del torso y las piernas. Un formato muy habitual de presentación de las mujeres a cámara lenta y con música sugerente de fondo. También afecta a la iluminación, pues ellas suelen recibir luz en la pantalla por su belleza, mientras que ellos la reciben principalmente por sus acciones. En definitiva, la mirada masculina, según un vídeo de The take: “Priva a los personajes femeninos de agencia, matiz emocional y el respeto de ser un personaje complejo con quien podamos identificarnos”.

Icónica ejemplo de mirada masculina en Transformers (2007). Megan Fox ha sido una de las actrices más “miradas” del Hollywood contemporáneo

¿Basta con criticar la mirada masculina?

Una vez realizado este breve análisis de la mirada masculina conviene resaltar algo. Laura Mulvey contribuyó a arrojar luz sobre este fenómeno que hasta entonces había pasado desapercibido como el agua para los peces. Ahora bien, más allá de su crítica al mismo no ofreció ninguna alternativa seria. Por esa razón autoras como Judith Butler sostienen que: “esta perspectiva no permite pensar un deseo que escape a la heteronormatividad y, de este modo, no concibe la imagen de la mujer en el cine como posible productora de deseo para otra mujer”. O, hablando en plata, como productora de deseo en general.

La mirada femenina

Por eso, ¿son posibles las alternativas a este modelo audiovisual hegemónico y patriarcal? No solo posibles, sino necesarias. Un primer paso en esta dirección es la llamada mirada femenina. Esencialmente se puede describir como un estilo visual que procura indagar en cómo es vivir en un cuerpo (femenino, pero no solo), más allá de la mirada. Asimismo, se esfuerza por ponerse en el punto de vista de la mujer, de tal forma que esta no sea un mero objeto de observación. Sin embargo, esto último no consiste en darle la vuelta a la moneda y emplear las técnicas de cosificación de la mirada masculina en hombres. Tal cosa seguiría siendo la mirada masculina, solo que invertida, y no combatiría la lógica de objetualización y deshumanización que aspira a superar.

En su lugar, estos son algunos rasgos de la mirada femenina. Un primero es romper la cuarta pared y que el/la protagonista mire a la cámara. De esta manera, el espectador no solo mira, sino que puede ser mirado, lo que vuelve recíproco el acto de observar y por lo tanto menos objetivante. Otra característica es fijarse en partes menos estereotípicas y sexualizadas del cuerpo (masculino y femenino), como las manos, los brazos y la boca. Así se amplía el campo del cuerpo visible más allá de lo erótico o se revindican eróticamente lugares corporales que el deseo heteropatriarcal ha despreciado. Por último, podemos señalar que las escenas de amor no se centran en la carne “siendo usada”, sino en el placer y la experiencia subjetiva, sobre todo de la mujer.

¿Algo más?

De todo lo anterior se sigue que la mirada femenina es un buen primer paso. Sin embargo, quizá no baste para liberar la imagen de todos sus grilletes. El motivo es simple: se trata de una respuesta a la mirada masculina y esta, al menos en el análisis original de Mulvey, se restringe al cine de Hollywood. Por lo tanto, estamos ante un concepto etnocéntrico que no tiene en cuenta la realidad audiovisual del resto del mundo.

Además, es poco interseccional, pues ignora que la mirada masculina no puede disociarse de otras miradas, como la blanca o la imperial. En consecuencia, la mirada femenina adolece (en principio) de estos mismos problemas y aspira a englobar demasiadas realidades contestatarias en una única etiqueta. Así lo piensa Ana Laura Flores: “apostar por lo no masculino es insuficiente: no es posible englobar toda la diversidad de voces y miradas en una sola categoría que sea lo no-canónico, todo aquello que no es masculino, heteronormado y eurocéntrico”.

Por ello, en el próximo artículo analizaremos otras miradas hegemónicas y contrahegemónicas que puedan complementar el análisis aquí efectuado. En cualquier caso, esta reflexión sobre la mirada masculina y femenina nos brinda dos conclusiones claves. Una pregunta que no debemos dejar de hacernos: ¿de quién es el punto de vista?; y una respuesta igualmente ineludible: mire quien mire, mire como mire, que sea con respeto.

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