¡Basta de artistas malditos!

Los artistas malditos han circulado en la cultura desde el siglo XIX. Ya es hora de que desaparezcan (por su bien y por el nuestro)

La expresión “poetas malditos” fue utilizada por primera vez por Paul Velaine en un texto del mismo nombre publicado en 1884. En él analiza la obra y la biografía de seis poetas franceses. Su tesis es que el talento literario había supuesto para ellos una maldición que los había alejado de la vida y la sociedad. Y peor aún, los había llevado a conductas autodestructivas y hábitos poco saludables que los abocaron a una muerte temprana.

¿Qué es un artista maldito?

Según la RAE, un maldito/a es, en términos artísticos, quien va en contra de las normas establecidas. Y esto no solo artísticamente. Arriba hablábamos de “conductas autodestructivas” y “hábitos poco saludables”. Si atendemos a la biografía de los considerados artistas malditos (desde los originales señalados por Verlaine a los más contemporáneos como Charles Bukowski) nos encontraremos con hábitos y conductas como el alcoholismo, el tabaquismo, la adicción a otras drogas, los horarios desenfrenados, la disfuncionalidad social, la depresión… .

Sin embargo, no me quiero centrar en las características concretas de estos malditos. Si escribo sobre ellos es porque tal ha sido el éxito de este concepto que se ha convertido en una denominación común tanto para poetas como artistas de otro tipo posteriores a Verlaine. Hasta el punto de que se ha vuelto un tropo de la crítica artística. Y lo que es más importante, porque es un valioso capital cultural. Ir de maldito genera un halo de misterio y atractivo en torno a ciertos artistas. Vende.

Un tópico que no cesa

Y no solo en poetas del siglo XIX. Pensemos también en pintores como Jackson Pollock. O, más recientemente, en los traperos españoles como Yung Beef. También en la música, otro ejemplo sería el Club de los 27, integrado por músicos de la talla de Brian Johnson, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Jim Morrison, Kurt Cobain y Amy Winehouse. Esta serie de estrellas del rock, ya de por sí archifamosas, aumentaron su leyenda cuando tras la muerte de Cobain se relacionaron todos sus fallecimientos por haber ocurrido en extrañas circunstancias y a la edad de 27. Pero si tenían algo en común era un largo historial de adicciones y una salud mental contra las cuerdas.

Club de los 27. De izq. a dch.: Brian Johnson, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Jean-Michel Basquiat, Kurt Kobain y Amy Winehouse

Sin embargo, todo esto se dulcifica al tratarse de artistas y ayuda a consolidar su fama. Así pues, todo aquello que normalmente rechazamos en principio o de hecho en nuestra vida como hábitos poco deseables lo toleramos o incluso lo admiramos cuando se da en carnes de algún artista icónico. Como si llevar una vida disfuncional se volviese aceptable solo por ser artista. Esta es probablemente la faceta más nociva de lo que me gusta llamar el mito de la excepción artística, es decir, la creencia popular de que el arte es una dimensión única y especial que no puede reducirse a los patrones del resto de la vida humana.

No son artistas malditos, son personas con problemas

Pero si algo late en todo esto es la romantización del malestar físico y sobre todo mental que los lleva a “conductas autodestructivas”. Es cierto que algunos de estos artistas malditos llevaron a cabo acciones indefendibles como el puterismo (Baudelaire, entre muchos otros) o el maltrato machista (Bukowski). Ahora bien, en un plano más general sus vidas disfuncionales y sus múltiples adicciones no son la causa de sus males, sino la consecuencia de su falta de salud mental. Y eso no tiene nada de bonito ni de admirable.

Hablando sobre el Club de los 27 en esta línea el youtuber y músico Alvinsch llega a una conclusión lapidaria: “El club de los 27 es pura mierda y se podría haber evitado si se tratara a la gente con problemas mentales con más humanidad”. Ahora bien, Alvinsch se queda en el aspecto clínico, pero habría que ir más allá, a lo social. Debemos preguntarnos: ¿qué es lo que lleva a tantos artistas a la inestabilidad mental? Lo mismo que lleva a tantas personas en general: una sociedad inhóspita con un ritmo de vida acelerado, poco espacio para el cuidado y el autocuidado y que estigmatiza la enfermedad mental.

Precariedad artística

Pero hay además un componente intrínseco al mundo del arte. Eldiario.es publicó recientemente un estudio realizado entre músicos españoles que revelaba que de 365 personas encuestadas 300 tenían síntomas de depresión. La precariedad laboral y económica, la presión, las altas expectativas o la excesiva carga de trabajo son causas de estos datos terribles.

La psicóloga Rosa Corbacho afirma para el mismo periódico: “Entre los diagnósticos más habituales de los músicos que acuden a terapia están ‘el trastorno de ansiedad, los ataques de pánico, la depresión, el pánico escénico, los burn outs [sensación de estar quemado] y el abuso de sustancias, que viene como consecuencia de otros trastornos’”. Por su lado Pau Rodríguez, impulsor del estudio, afirma: El romanticismo ha pasado mucha factura en el mundo artístico. Hay una tendencia a ver el arte como un proceso de catarsis y no necesariamente por dedicarte al mundo artístico has de ser una persona más inestable o que vive las cosas de forma más dramática”.

Dicho queda. En vez de seguir idealizando a los artistas malditos (poetas, músicos o de cualquier otro arte) enfrentémonos a su verdadera maldición: las malas condiciones económicas y sociales del mundo del arte, que no hacen sino dinamitar su salud mental. Antes de justificar conductas autodestructivas en nombre de “la genialidad artística”, reivindiquemos el derecho de cualquier persona, empezando por las y los artistas, a la salud física y mental.

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