El Madrileño se mueve entre los registros clásicos de la música urbana y la búsqueda de identidad propia de algunos músicos “de raíz”. El resultado final es ambiguo y digno de análisis
Pavlo Verde Ortega
En el artículo anterior sobre El Madrileño mencionaba que la escena musical contemporánea (ligada estrechamente a la música urbana) vive en un “eterno presente”. A esto podríamos añadir que no se encuentra situada en ningún lugar. O lo que es lo mismo, que se desarrolla en un “no-lugar” inidentificable con ninguna localización real. Es cierto que los diferentes géneros que componen la ambigua categoría de “música urbana” tienen un origen definido que se puede rastrear.
Así, por ejemplo, el reguetón nació en Puerto Rico en los años 90, el trap, en el sur de EEUU en la misma década, y este a su vez es una rama del rap/hip hop, que surgió en el Bronx y Harlem allá por los años 70. Sin embargo, aunque vagamente reconocemos la genealogía latina y afroamericana de los anteriores, a duras penas los asociamos a un lugar concreto. Más bien al contrario, suponen la lengua común del pop actual y son utilizados por artistas de todas partes del mundo, independientemente de su procedencia y condición social, racial, etc. De esta manera, la música urbana no nos remite por sí misma a ninguna parte, al contrario que los géneros “de raíz”, intrínsecamente ligados a un territorio específico.
Este carácter nómada de la música urbana no es ni un defecto ni una virtud. Que lo más escuchado a día de hoy sea “de todos lados y de ninguno” es una consecuencia lógica del proceso de globalización y urbanización en el que estamos inmersos, con sus dinámicas homogeneizadoras. Ahora bien, tampoco es de extrañar que por razones políticas, artísticas o ambas a la vez muchos músicos y músicas ligadas aún a la música urbana apuesten por dar primacía a las raíces, al territorio, no solo temáticamente, sino también mediante la música.
En España este fenómeno se puede rastrear en artistas como Tanxugueiras y Baiuca en Galicia o Rodrigo Cuevas en Asturias. Combinando sonidos más cercanos al hip hop o la electrónica con el folclore tradicional de sus regiones revitalizan este último y reivindican su origen, lengua y cultura. Todos ellos merecerían un artículo aparte, pero este está consagrado a C. Tangana y El Madrileño, por lo que ya es hora de hablar de ambos. Con este disco Pucho no es el primer artista urbano español en acercarse a la música de raíz. Tampoco es el más reivindicativo ni el que enhebra un discurso en clave local más elaborado. No obstante, es quizá el músico más popular en hacerlo, como demuestra el enorme éxito que ha cosechado el disco. Así pues, conviene preguntarse qué identidad, qué cultura y qué Madrid se esconden detrás de El Madrileño.
¿Quién soy, puesto a ser alguien?
Antón Álvarez tiene un gran talento para crear máscaras, auténticos álter ego, desde el Crema inicial a Ídolo o Ávida Dollars. Además del juego artístico, estos personajes tienen una marcada función comercial: aportan variedad, generan sorpresa y suman expectativas a cada nuevo lanzamiento de Pucho. Por ello, lo más fácil sería decir que El Madrileño no es nadie. Apenas otro avatar artístico-comercial para llamar la atención y embalar con elegancia el contenido musical del disco.
Otra opción sería decir que, por el contrario, en este disco C. Tangana se nos muestra al desnudo y sin máscaras. En esa línea parecen ir respuestas como la que daba en La razón tras ser preguntado por la construcción de El Madrileño: “Siempre hay algo de personaje, pero soy yo”. Afirmar cualquiera de estas dos cosas no sería falso e incluso nos ceñiríamos a la palabra del propio Pucho. Sin embargo, otras declaraciones en entrevistas y el resultado musical del proyecto demuestran que quedarse en esta respuesta sería conformarse con demasiado poco.
Madrid (o los madriles)
El Madrid de C. Tangana se puede radiografiar en estas declaraciones para Europa Press. Describe la capital de España como una “ciudad entre medias”, “formada por gente que no es de Madrid”, “acogedora” para quien “piensa distinto” y acostumbrada a la inmigración. Así, Madrid sería un gran océano hospitalario donde desembocarían infinidad de procedencias, formas de vida, de pensar… y también de géneros musicales. Esto explica por qué la música del disco nos lleva a lugares tan alejados de Madrid como Andalucía, Cuba o México.
Pese a todo, Pucho no renuncia a una reivindicación de un Madrid más cañí. Por esa senda van afirmaciones como estas para Vanity Fair, en las que dice identificarse con: “el cafetito con leche en el vaso de Mahou; el mus; una forma de hablar; el vínculo con la copla…”. A lo que añade: “Los reivindico para que no me los quite nadie: ni un fascista, ni un comunista ni ninguna ideología que se invente en el futuro”. Este Madrid también tiene su reflejo en el álbum, como demuestran los sampleos de Pepe Blanco (y su defensa de la canción española) o Joselito.
Sin embargo, este casticismo no hay que entenderlo como una contraposición del Madrid acogedor que más arriba destacábamos. Se trata por el contrario de otra forma más de entender la vida en la ciudad, pero en ningún caso la “esencia” de la misma. Ante todo, en El Madrileño y en el Madrid que representa prima la pluralidad. Así lo corrobora C. Tangana en El País: “Esa manera de crear una identidad dispersa, diluida, una identidad en lo otro, tiene mucho que ver conmigo”.
Hacia una conclusión
De lo anterior podemos extraer lo siguiente. El Madrileño no es un álbum “de raíz” como lo son los de las Tanxugueiras o Rodrigo Cuevas. La música de estos es y habla de sus respectivas tierras (Galicia y Asturias) de forma particular. Por el contrario, C. Tangana no puede hablar de Madrid sin remitirse a otras y muy dispares partes del mundo. El carácter regional y concreto de la capital se pierde así. Esto no hace mejor o peor, más abierta o más cerrada, la música de unos y otro. Sencillamente apuntan en direcciones distintas.
¿Ello quiere decir que, a pesar de todo, estamos ante un disco de música urbana al uso? No exactamente. Es cierto que la dispersión territorial acerca a Pucho a sus orígenes urbanos. Ahora bien, dicha dispersión supone un rasgo característicamente madrileño. Asimismo, los géneros musicales que componen el álbum, por diversos que sean, pueden rastrearse y nos conducen a lugares concretos. Así pues, no estamos ante el cosmopolitismo utópico (“utopía” en griego = no lugar) propio de la música urbana. Más bien ante el retrato de una ciudad de tradición inmigratoria.
Respondiendo (por fin) a la pregunta
Terminemos con un comentario de Miguel Pardo al respecto: “C. Tangana […] desaparece en El Madrileño en un tumulto de colaboraciones, en una crisis de identidad característica de un joven cosmopolita, que pertenece a todas las culturas que coexisten simultáneamente en su ciudad, pero al mismo tiempo a ninguna”. En definitiva, El Madrileño se sitúa a medio camino entre lo urbano y la raíz, entre la fluidez y el casticismo, para captar lo que a su juicio es la realidad de su lugar de origen. Así pues, ¿quién es El Madrileño? Quizás, y simplemente, un madrileño.