La cultura de la cancelación se ha vendido como el lado oscuro de la corrección política. No obstante, la realidad es mucho más compleja
En un artículo de hace dos semanas cuestionaba a los críticos de la corrección política, que en sus discursos no es sino un muñeco de paja para atacar a la izquierda y sus estrategias de inclusión más fácilmente. La réplica más evidente que se me puede hacer es que, por muy loables y bienintencionadas que sean dichas estrategias inclusivas, en muchas ocasiones acaban conduciendo a la exposición, acoso o boicot en redes e incluso en el día a día de quienes se las saltan o simplemente opinan distinto. El gran problema de la corrección política sería, pues, que está peligrosamente ligada a la cultura de la cancelación. Acepto esta réplica. Ahora bien, corremos el riesgo de convertir este fenómeno en otra arma arrojadiza sin fundamento. Por ello, convendrá analizar el alcance de esta cultura de la cancelación y atender a sus causas y consecuencias reales.
El ensanchamiento de la esfera pública
Para entender la cultura de la cancelación en su forma actual es preciso enmarcarla en una época de ensanchamiento de la esfera pública. Con este término el youtuber Then & Now designa el proceso mediante el cual el número de personas que pueden participar en la discusión de temas de interés general ha ido aumentando en los dos últimos siglos. Esto es especialmente claro en el presente. La globalización y las redes sociales han extendido enormemente esta esfera, aunque sigue dominada por los grupos de poder (¡no lo olvidemos!). Asimismo, los movimientos sociales de los últimos 60 años (feminismo, antirracismo, lucha LGTBI+) han incluido en ella a muchos grupos hasta ahora silenciados. La consecuencia más evidente de esto es que ya no se opina públicamente ante una cohorte reducida y homogénea. Se hace ante una sociedad diversa y masiva. Y este es el caldo de cultivo perfecto para las cancelaciones.
¿Qué es una cancelación? ¿Y un linchamiento?
Dicho esto cabe preguntarse: ¿son todas las cancelaciones iguales? Tomado en sentido estricto, “cancelar” simplemente significa dejar de hacer algo. Así, cancelar una serie, un canal de Youtube, a un humorista, a una influéncer… consiste en no darle más seguimiento ni apoyo. Esto lo hacemos cotidianamente y no entraña ningún conflicto. Tampoco debería generar revuelo exponer públicamente las razones por las que se cancela algo o a alguien. Lo que comúnmente denominamos cultura de la cancelación (arriba hablaba e exposición, acoso o boicot) no se refiere a esto. Más bien se trata de lo que Ayme Román designa como “cultura del linchamiento”. Esto es, cuando nuestro rechazo a las palabras o acciones de una persona se traduce en una ola desproporcionada y despersonalizada de agresiones (principalmente verbales y simbólicas) hacia ella. Es esto lo que tiene implicaciones problemáticas.
Los sinsentidos del linchamiento
En primer lugar, porque esa estrategia de acoso y derribo no conduce a ningún sitio. Linchar a alguien siempre será una solución estéril. Si estamos hablado de un caso “leve”, como una persona que ha hecho un comentario “políticamente incorrecto” o desafortunado (véase David Suárez, de quien ya hemos hablado) lo más acertado sería simplemente dialogar críticamente con él o ella. Quizá nada cambie, pero cabe también la posibilidad de que ese intercambio de perspectivas le permita reflexionar y ganar en responsabilidad. Por otro lado, ante casos realmente graves (discursos de odio, acoso sexual…) lo mejor es la cancelación propiamente dicha. Esto es, minimizar su presencia en la esfera pública. Hablar, aunque sea mal, de personas así significa dar altavoz a quien no lo merece. Y de ese modo lejos de contrarrestar su influencia, que es el objetivo, la afianzaremos.
Impunidad
Asimismo, esta cultura de la cancelación/linchamiento es nociva para quienes la practican en nombre de la justicia social. Ayme Román cree que indudablemente conviene llamar la atención sobre figuras que utilizan su influencia pública para aprovecharse de otras personas o sembrar odio. Sin embargo, hay una diferencia entre esto y recrearse en la exposición de gente aleatoria en Twitter. No se protege a nadie así. No se obtiene ninguna justicia. Y lo más grave de todo es que caer en esta dinámica pensando lo contrario nos da impunidad. Como si linchar por una buena causa estuviese justificado.
Las asimetrías de la cultura de la cancelación
Dicho esto, algo tiene que quedar claro de mi crítica (que es también la de Ayme Román o Natalie Wynn). Si cuestiono la cultura de la cancelación/linchamiento no es porque de repente me haya puesto del lado de los “políticamente incorrectos”. No es que piense que “ahora ya no se puede decir nada porque a la mínima viene la nueva inquisición (progre, añadirían algunos)”. Todo lo contrario.
Hasta ahora parece como si hubiera dado a entrever que solo los perfiles hegemónicos (blancos, varones, heteros, de buena posición social…) pueden ser cancelados/linchados. Pero sabemos de sobra que no es así. Cualquier persona puede pasar por esta situación. Y son quienes gozan de menos privilegios aquellas a las que más fuerte les golpea. Además, existe siempre un doble rasero. A hombres como Harvey Wenstein lo cancelaron por abuso sexual múltiple. A la crítica cultural Lindsay Ellis, por un comentario en Twitter. A su vez, cuanto más íntegra en sus declaraciones es la persona más alto está el listón. David Broncano puede hacer innumerables bromas ofensivas y solo una le pasará factura. Mientras tanto, a figuras como Ayme Román, a quien tanto debe este artículo, la pueden reprobar por el menor desliz.
Coda
En conclusión, son los “políticamente incorrectos” los que menos motivos tienen para quejarse. Y lo que es más importante: que exista una cuestionable cultura del linchamiento criticable no implica que, como contrapartida, todo valga. Volviendo al vídeo de Then & Now, no puedes esperar hablarle sin apenas matiz a una audiencia masiva sobre un tema polémico y que no vaya a haber disenso. “Libertad de expresión no significa libertad de consecuencias”. Pase lo que pase, debemos cuidar nuestro discurso y los argumentos con que lo defendemos. Y más importante aún, seamos críticos y tratemos de focalizar nuestra ira hacia quienes realmente tienen poder. En palabras de Then & Now: “Golpea hacia arriba, no hacia abajo. Mantente alerta a la injusticia y sé amable”.