El pasado jueves, 27 de septiembre de 2018, Beach House presentó su nuevo álbum, “7”, en la sala Riviera de Madrid
José Antonio Moral
Lo que se vivió ayer en la sala Riviera de Madrid fue algo más que un concierto, que una actuación. Calificarlo así sería no hacerle justicia. Beach House generan, allá donde van, un halo de misterio, una atmósfera única, vívida, que te hace darte cuenta desde el primer momento que vas a vivir algo extraordinario. Así es el talento musical; así es presenciar a un dúo nacido en Baltimore y proclamado, por méritos propios, como un referente en el dream pop, indispensables para entender y comprender la música contemporánea.
“Levitation” abría la noche de ayer en la Riviera, no sin antes escucharse varias exclamaciones de júbilo del público, cuyos oídos por fin alcanzaban a escuchar aquellas delicadas notas introductorias en vivo. Ningunas palabras son suficientes para explicar lo que ocurrió en la sala a partir de ese momento; cualquiera que haya escuchado “Depression Cherry” sabe que “Levitation”, la primera canción del álbum, comienza con una inconfundible introducción de teclado, elemento clave en el sonido de la banda y que, como un cielo estrellado de noche o la fresca brisa de una mañana estival, acompaña al oyente, que no tiene otro remedio que sucumbir a los sonidos y dejarse llevar por ellos. Tan pronto como las notas afloraron de los dedos de Victoria, la sala enmudeció, los tarareos comenzaron y las cabezas de los allí presentes iniciaron rítmicos movimientos, como presa de un hechizo.
El repertorio elegido por la banda estuvo centrado, fundamentalmente, en sus tres grandes álbumes, pilares de su sonido y resumen de su trayectoria musical: “Bloom”, “Depression Cherry” y “7”, que, a falta de que acabe el año, puede situarse como uno de los mejores LP de este 2018. A pesar de no tener nada que ver con el concierto de ayer, mi experiencia escuchando este disco se resume en unas vacaciones en solitario en Venecia, paseando con auriculares por la Piazza San Marco bajo un cielo presidido por una sangrienta luna eclipsada; mi objetividad a la hora de amar cada nota del mismo brilla por su ausencia.
Sin ningún orden aparentemente particular, las canciones se fueron sucediendo una tras otra, dejando adivinar a posteriori que la banda ha pensado minuciosamente cuál sería el orden habitual en que las tocarán durante su gira por Europa; a pesar de pertenecer a tres álbumes diferentes, el hilo conductor siempre se mantuvo intacto, con momentos álgidos como “Space Song” (¿algo mejor que escuchar esa canción bajo un cielo estrellado?), “Black Car” o “Myth”, que, para alivio de muchos, tocaron en el bis, casi a modo de despedida. A despedida, al menos para mí, siempre sonó esa canción, una de las más melancólicas de una banda melancólica per se, y que dio pie al cierre con “Dive”, canción del nuevo álbum y que muestra claramente la tendencia hacia la búsqueda de sonidos más complejos y ricos en texturas que presenta el dúo de Baltimore.
Gratamente sorprendido quedé con la manera de desenvolverse de Victoria al micrófono durante toda la noche, que no sólo controlaba a la perfección el tono, volumen y timbre de su voz para cada canción, sino que además se permitió desatarse, improvisar y conseguir interpretación (aún) más intensas, más vívidas, más conmovedoras y reales. Nada como ver a un artista disfrutar en el escenario, no sólo interpretando, sino viviendo y sintiendo sus creaciones desde el corazón.
Si algo pudiese objetarse a tan especial velada, no sería sino aquello de lo que siempre adolece Madrid en conciertos con afluencia intermedia de público: la sala Riviera. Sin ánimo de desmerecer a la entidad, el sonido resultó ser bastante mediocre en ocasiones, con volumen excesivo (nunca me cansaré de repetir esto) y saturación y distorsión en casi todos los pasajes de clímax de las canciones. La música es un arte que debe tomarse en serio, y ello implica garantizar las mejores condiciones para que los artistas brillen con luz propia; la ausencia de un recinto de similar tamaño en la capital, unida a la dejadez de sus propietarios (pese a las miles de quejas durante años por parte de artistas y asistentes) por adecuar las condiciones sonoras, empañaron (mínimamente, eso sí) una actuación deslumbrante.
Aún así, el resumen no podría ser más esperanzador: muchos discos después, Beach House demuestran que están en mejor forma que nunca, que son los indiscutibles reyes del dream pop, y que la música, más allá de entretener, permite sentir, levitar, llorar, reír, emocionarse… Vivir.