La nueva versión del superhéroe de DC vuelve con The Batman para mostrarnos un Bruce Wayne oscuro y depresivo pero con esperanza solo en una cosa: la justicia
“Todo cuento de hadas necesita un villano anticuado”. En palabras del Jim Moriarty de Andrew Scott, todo suena mejor de lo que es, hasta las amenazas. El juego de Moriarty y Sherlock, el gato y el ratón, el poli y el caco, toma capital importancia en la versión más detectivesca del murciélago: la recién estrenada The Batman. Como en el tercer capítulo de la primera temporada de Sherlock, El gran juego, Batman y Gordon (su respectivo Watson) van tras la pista de un criminal más inteligente, más preparado y más despiadado. Siempre un paso por detrás, siempre a rebufo. No encuentran sino migajas, rastros de un plan superior orquestado por alguien cansado de la hipocresía de las altas esferas de la sociedad. Pero esta vez bien, no en plan el Joker de Todd Phillips.
Que The Batman se zambulla en las (siempre suyas) aguas del thriller policíaco y ponga tierra de por medio con el género superheroico le permitirá desmarcarse de la convencionalidad más pura del blockbuster. Por varias razones. La primera, que el propio personaje de Batman tiene tramas del estilo para dar y regalar si te asomas a las viñetas. La segunda, que Matt Reeves, con sus monstruos y sus monos (recordemos las maravillosas dos entregas del planeta de los simios), posee personalidad suficiente como para imprimirle un estilo propio. La tercera, que Michael Giacchino martillea armoniosamente el tímpano del espectador con una soberbia banda sonora. La cuarta, esa estética tan lograda, roja y negra, de neón y humo, oscura y vibrante, que logra la inmersión casi al instante en una Gotham terrorífica y apesadumbrada.
Y así podríamos seguir. Porque está claro que, sin estar exenta de problemas, las virtudes de The Batman son muchas. Quizá su principal atractivo sea el entramado de cripto-acertijos y adivinanzas que va dejando un Enigma muy deudor del asesino de Zodiac, de David Fincher. La narrativa fincheriana, abanderada del más puro cine noir, se asoma como influencia a través de unas investigaciones protagonizadas por el Batman detective y no por el Batman superhéroe. Con un ritmo frenético, Wayne persigue sombras en una ciudad sin ley, donde los ricos compran su libertad y los pobres quedan al amparo de un justiciero regido por un código moral que a veces necesita recordar. A Batman le pega como nunca enfundarse la capa y salir a buscar pistas, a ensuciarse, a buscar venganza. Y encontrarla, aunque no como esperaba.
Batman es él y su circunstancia
Lo cierto es que Pattinson, en su gélido semblante, logra mimetizarse con el primer Bruce Wayne emo de la historia del cine. Impone, tiene carisma y una presencia bestial. Aún un muchacho asustado, busca su camino entre puñetazos, sombras y maquillaje en los ojos. Según el propio director, su Bruce está inspirado en el mismísimo Kurt Cobain y la relación que tuvo este con la fama. Hasta dijo que escribió el primer acto con Nirvana de fondo. De ahí que Something in the way resulte el acompañamiento perfecto a esos viajes en la bat-moto que se marca durante toda la peli.
El reparto que rodea el universo del murciélago tampoco se queda atrás. Zöe Kravitz encarna a una feroz Catwoman a la que no le termina de hacer justicia el guion, Jeffrey Wright hace un trabajazo como Gordon, un irreconocible Colin Farrel como el Pingüino y un Paul Dano arrebatador como Enigma. Hasta Andy Serkis, pese a lo poco que sale, se marca un buen Alfred. Al parecer tiene poca presencia porque se le solapaba con la grabación de Venom 2. Lástima, si al menos hubiese salido una buena peli de aquello. Ugh, escalofríos solo de recordarlo.
Merece la pena rescatar también el nombre de Greig Fraser. Director de fotografía de películas como la reciente Dune, realiza un trabajo brillante evocando esa Gotham decadente de los cómics que parece no querer ser salvada. El diseño de producción hace justicia (nunca mejor dicho) al personaje, por el que se nota un mimo y un cuidado en cada plano, en cada detalle. La estética gótica y lúgubre le viene como anillo al dedo a Batman y su entorno, a sus personajes, a su tono vengativo y anárquico, a sus tintes de terror tan predominantemente abrumadores.
Como digo, no está exenta de problemas. Por momentos, el guion parece diluirse en favor de componer tremendos planos preciosistas o secuencias espectaculares. En ocasiones, The Batman brilla más por lo que ofrece y sugiere, que por lo que realmente ejecuta. Hablo, claro, ese ese tercer acto que se antoja algo anticlimático con respecto a la trama global, pasando de un thriller medido al milímetro a un film de catástrofes. Incluso algunas subtramas (como la de Catwoman) parecen quedarse a medio camino a pesar de las (para nada largas) tres horas de metraje. Sin embargo, Reeves se encarga de pulir una cinematografía exquisita donde disimula cualquier carencia que pueda tener su texto. Y yo se lo compro, por supuesto.
La enésima versión de un personaje aparentemente inagotable, sí, triunfa. Si el Batman de Bale era un gran héroe eclipsado por sus icónicos villanos, el de Affleck era un edgy Wayne que se paseaba entre súpers. El de Pattinson, en cambio, se erige como una renovación que pedía a gritos el personaje. Sufre una evolución en su corta trayectoria como justiciero. Lo dice él mismo. Cuando una luz en el cielo ilumina la silueta de un murciélago, no es solo una señal, es una advertencia. Pasa de buscar (y ser) la venganza, a convertirse en el héroe que su pueblo necesita. Uno que se tira al agua, al barro, para salvar a los ciudadanos de Gotham. A su gente. Para guiarles en la oscuridad, bengala en mano, y convertirse en un símbolo: Batman.