AINHOA AROSTEGUI | RETRATO: PIETRO ANTONIO LORENZONI
Tal día como hoy, un 27 de enero de 1756, nació en Salzburgo, Austria, Wolfgang Amadeus Mozart. Con sus más de 600 obras consiguió revolucionar el panorama musical de la época y que su nombre perdurara hasta la actualidad como uno de los mejores compositores de toda la historia. Sin embargo, su hermana no corrió la misma suerte.
Marianne Mozart, conocida como Nannerl era tan solo cuatro años mayor que este famoso compositor. Desde muy pequeña, al igual que lo hizo su hermano posteriormente, daba señales de ser una niña prodigio, destacando especialmente por su excelencia a la hora de tocar el clave y el piano. Desde temprana edad fue llevada por las cortes más ilustres a deleitar a los nobles con su música. Además de esto, aunque no quede ninguna de sus obras para demostrarlo, se conoce que fue una gran compositora. Se dice que fue Nannerl quien despertó en Wolfgang la pasión por la música. Cuando él era pequeño, se sentaba horas en silencio al lado de su hermana mientras ella interpretaba de manera impecable las piezas al piano. En las cartas que su hermano le enviaba, él confesaba que tenía miedo de no componer tan bien como lo hacía ella. Para cuando tenía doce años, en palabras de su padre ya era “una de las mejores compositoras del viejo continente”.
PINTURA: EUSEBIUS JOHANN ALPHEN
Sin embargo, a medida que Marianne fue creciendo, su padre iba apartándola cada vez más de la música reduciendo su actividad únicamente al canto lírico, disciplina mas apropiada para las señoritas de la época. Cuando ya tuvo la edad de casarse, se vio obligada a dejar de lado la música y los sentimientos para rechazar al amor de su vida y casarse con un hombre rico y 15 años mayor que ella, sacando así a su familia del grave apuro económico por el que pasaban.
Está claro que si Marianne Mozart no siguió con su carrera musical no fue ni por falta de ganas ni de talento sino porque vivía en un mundo en el que el destino de las mujeres no era más que el de ser amas de casa y meros adornos para enseñar en las lujosas fiestas plagadas de personajes ilustres. A Nannerl no se le dio ni siquiera la opción de plantearse que quería hacer con su futuro. El sueldo que podía ganar una mujer componiendo obras, en aquella época era equiparable al de ser una prostituta y por supuesto, su padre, la voz cantante de la familia no iba a dejar que su querida e indefensa hija pasara por ese mal trago.
Nannerl siguió dando clases de piano a jovencitas incluso después de quedarse ciega. Al igual que ha ocurrido con otras muchas mujeres a lo largo de la historia, nunca nos llegará nada de su obra ya que fue totalmente sepultada y acallada por el yugo del patriarcado.