Para aquellos que piensen que “Emily en París” les trasladará a una comedia romántica a lo “Sexo en Nueva York” se han pasado de actualización
Alba Blanco
El viernes 2 de octubre, Netflix dio a luz a “Emily en París”, la nueva creación de Darren Star, protagonizada por Lily Collins. Sin embargo, el que debería ser el hijo de “Sexo en Nueva York”, no ha resultado cuajar como tal y deja una comedia romántica simplona y poca actualizada con los tiempos actuales.
Sinopsis: Emily es una joven estadounidense procedente de Chicago que se dedica al marketing digital en una gran empresa. Debido a la baja por maternidad de una compañera, se ve obligada a irse a París a trabajar por un año. Sin saber francés y con una maleta llena de ilusiones, Emily aterriza en la capital francesa. Una vez allí, conocerá los entresijos de la ciudad y será el reflejo de las diferencias culturales entre su país y la ciudad europea.
Lily Collins, que se estrena también como productora de la serie, declaró en una entrevista para Cinemanía que algo que le atrajo al instante del proyecto fue su guion y poder trabajar con parte del equipo de “Sexo en Nueva York”. “Me encantó el guion, poder trabajar con Darren y Patricia Field (diseñadora de vestuario), experimentar París como una local y aportar mi granito de arena a este personaje increíble que trata de encontrarse a sí misma en el extranjero”.
Y aunque sí que es cierto que la serie se nutre en parte de las aventuras de Carrie Bradshaw, no llega a estar a la altura de las circunstancias. Una capa de clichés y luchas culturales entre los franceses y los americanos rodean toda la serie, haciendo de esa marca la principal trama entre gran parte de sus personajes. Algo que, a pesar de hacer gracia una primera vez, resulta siendo algo cansino y repetitivo.
No obstante, la serie tiene puntos positivos que hacen que verla de maratón sea ligero y divertido. En primer lugar, el personaje de Lilly Collins, que siempre consigue meterse en algún lío debido a sus bienintencionadas acciones. En segundo lugar, el concepto de moda y redes sociales, que queda perfectamente fusionado en la figura de Emily, que trabaja con su instagram logrando hacerse con varios clientes potenciales para su empresa. Asimismo, las relaciones. En especial la de Emily y su apuesto vecino francés, Gabriel. O también las que establece Emily con sus compañeros de empresa, o incluso con su jefa. Una mujer, que lejos de cogerle cariño a Emily, no empieza respetándole demasiado ni en el ámbito laboral.
Franceses contra americanos a un estilo más europeo
Aún estando inmersa en multitud de clichés, la serie deja ver un lado de la figura americana no muy reflejada hasta entonces en este tipo de series. Emily es una joven exitosa y ambiciosa que aparentemente vive por trabajar. Estas diferencias culturales se ven reflejadas en las dinámicas de la propia empresa parisina. Por ejemplo, Emily llega el primer día de trabajo muy temprano, mientras el resto de la oficina aparece en torno a las 11. En una conversación con un compañero de trabajo este le comenta que en Francia no viven para trabajar sino que trabajan para vivir.
En este sentido, no solo se critica el ideal típico americano sino que también se abre un debate en torno al propio idioma. Lily va a la empresa sin hablar nada de francés, esperando que todo el mundo (por supuesto) hable inglés. Sin embargo, se encontrará con serios problemas, especialmente con su jefa, a causa del idioma.
“Emily en París” no está a la altura de “Sexo en Nueva York”, porque no debería estarlo. Se trata de otro contexto. La noventera historia de Carrie, en plena segunda ola del feminismo, mostraba una cara de su protagonista mucho más acorde con aquellos años. Sin embargo, la historia de Emily queda demasiado alejada de la realidad, demasiado alejada de la generación millenial. No obstante, sí te gusta la moda (al estilo Patricia Fields), Lily Collins y tienes claros retazos de melancolía de aquellos años, esta es tu serie de maratón para el fin de semana.