“Sencillamente mujeres”: MedeA. Anarquía y libertad

Una reseña de esta reinterpretación de Medea de Gala Martínez-Romero en su representación la noche del 16 de octubre en la sala Plot Point (Madrid)

Pavlo Verde Ortega

Eurípides -¡ilustre misógino!- puso en boca de Medea una frase lapidaria: “De todo lo que tiene vida y pensamiento, nosotras, las mujeres, somos el ser más desgraciado”. ¿Por qué? Gala Martínez-Romero nos da la respuesta en mediante un mantra que con gestos coreografiados repite varias veces a lo largo de la obra: “Pater. Patria. Patriarca. Patriarcado…”. Medea traicionó y abandonó a su familia y su país por amor a Jasón. Marchó con él hasta la lejana Grecia solamente para ver cómo allí este la repudiaba a favor de otra mujer. Medea no tiene patria.

La pensadora ecofeminista Maria Mies multiplica la apuesta: “Las mujeres no tienen patria”. La fuerza, el poder, la dominación, el orgullo… a los que remiten aquellas cuatro palabras enlazadas etimológicamente descansan siempre en el varón. Nuestro mundo es masculino y la mujer queda inevitablemente en los márgenes, sin patria. He ahí la profunda desgracia de este ser de vida y pensamiento. La respuesta de esta Medea contemporánea, la palabra con la que concluye su mantra etimológico, es rotunda: “…parricidio”.

Este es uno de los polos de la obra. La rebelión. Una rebelión cargada de ira. Pero esto ya estaba en la Medea clásica. Lo que hace diferente a esta es que la ira no es un mero recurso estilístico. Se trata de una interpelación directa a los espectadores y espectadoras. Una interpelación que sube un peldaño más cuando exclama: “Yo acuso”. ¿De qué? De haber perpetuado sin cuestionarla una cultura que ha hecho del personaje de Medea y de cualquier mujer que se haya atrevido a alzar la voz más de la cuenta la mala de la película.

Foto de Rachel Martínez

El otro polo es la maternidad. En el introito de la obra, presentándose aún como Gala, la actriz confiesa que siempre ha querido ser madre. Sin embargo, al no haberlo conseguido todavía, adoptó un perro (quedaos con este detalle). Ya con Medea asistimos a una reflexión sobre la maternidad y los motivos que la llevaron a asesinar a sus hijos. La conclusión es demoledora: “¡Los maté porque eran míos!”. Quizá porque ella, eternamente precaria y rebelde por necesidad, no tenía otra cosa contra la que ejercer su revuelta.

Tras aquellas duras palabras la ficción se rompe abruptamente y Gala se dirige al público: “Qué fuerte, ¿no?”. Acto seguido pregunta, nos pregunta: “¿Alguna vez habéis querido acabar con todo?”. Con este corte repentino Gala Martínez-Romero nos priva del placer de quedarnos indiferentes, anestesiados por la fantasía, ante lo que Medea acaba de expresar. De nada habría servido si no lo extendiésemos a nuestra propia vida todo lo que ha ocurrido en el escenario. Después la ficción se reanuda.

Toda la obra pivota entre estos dos polos, que en el fondo son uno solo. Dichas idas y venidas por la rebelión y la maternidad son ante todo una búsqueda de justicia. No hay reparación posible para el ultraje que ha sufrido Medea. No obstante, le queda la posibilidad del reconocimiento, de la memoria. El imaginario popular (construido, una vez más, sobre el pater, la patria, el patriarca, el patriarcado…) nos ha presentado a Medea como “la mujer enfadada”, la histérica destructiva incapaz de canalizar su ira en algo productivo. Gala Martínez-Romero viene a decirnos que Medea (y todas las Medeas del mundo), a pesar de todo, merecen respeto. Para ello invierte el mantra y declama: “Mater. Matria. Matriarca. Matriarcado. Matricidio”. ¿Es esto lo que quiere Medea? ¿O es tan solo su único escudo contra tanta injusticia?

En MedeA. Anarquía y libertad no hay una tesis: hay una mujer. Un cuerpo que oscila entre las palabras de Gala Martínez-Romero, el paisaje sonoro de Javier Lemus y el espacio lumínico de Beatriz Rubio. El resultado está abierto y depende de nosotros (¡de nosotras!) y de lo que queramos hacer con nuestra memoria para que no haya más tragedias como la de Medea. Porque pese a su hermoso dramatismo nadie quiere o debería querer ser como Medea. Tampoco la autora y actriz, que reconoce al terminar la obra que ella no mataría a su peroren su lugar habría que aspirar a ser, como decía otra vez Eurípides (aunque con otro significado), “no diré una calamidad, [sino] sencillamente mujeres”.

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