Soy políticamente correcto… ¿Y qué?

La corrección y la incorrección política son un tema popular en el debate público. Pero, ¿hacia dónde apuntan realmente?

Un fantasma recorre el mundo. Es el fantasma de la incorrección política. Marine LePen en Francia, Boris Johnson en el Reino Unid, Trump en Estados Unidos, Abascal en España… Todos agitan el fantasma de la corrección política y dicen luchar contra ella. Pero también personajes menos tenebrosos hablan de ella. David Suárez, de quien hablábamos en el último artículo, asegura haber sufrido el peso de la corrección política, lo que lo sitúa en el campo contrario. El caso es que todas y todos hemos oído hablar de este término y casi seguro hemos debatido sobre él. Ahora bien, rara vez lo hemos definido o no hemos preguntado cuáles son sus implicaciones.

¿Qué es la corrección política?

El Diccionario Cambridge de Inglés (pues, por supuesto, este es el enésimo debate que el mundo anglosajón nos “regala”), define una palabra o expresión políticamente correcta como aquella que: “es usada en lugar de otra para evitar que resulte ofensiva”. ¿Tan novedoso es esto que solo recientemente ha empezado a ser un problema? En absoluto. Si atendemos a lo que dicen José Chamizo Domínguez y Ursula Reutner en su artículo “La corrección política y el control ideológico-cognitivo de la realidad”, la idea de utilizar un lenguaje adecuado es intrínseca a todo contexto social y varía según el momento histórico. Siempre ha habido correcciones políticas, palabras bien vistas que con el tiempo caían en desgracia o expresiones tabú que han acabado normalizándose. ¿Por qué? Domínguez y Reutner responden: “Es verdad que las palabras no cambian la sustancia de las cosas, pero no es menos verdad que cambian su percepción”. Así, cada sociedad demuestra qué es lo que percibe con respecto a ciertas realidades a través del lenguaje.

Nuestras correcciones

¿Y qué pasa con nuestra sociedad? ¿Cuál es su corrección política? Como en cualquiera, no hay una sola, ya que dependiendo del grupo social o ideológico estará mejor visto decir una cosa o la otra. No obstante, sí es cierto que desde hace algunas décadas la izquierda ha logrado una cierta, aunque incompleta, hegemonía cultural.

Movimientos sociales como la lucha LGTBI, el antirracismo, el feminismo, el anticapacitismo… han empezado a ganar reconocimiento social y político. Eso se traduce también en un cuestionamiento del lenguaje que hasta ahora se ha empleado para referirse a las personas LGTBI, racializadas, con diversidad funcional, las mujeres… Caracterizado por el tono ofensivo y discriminatorio. Así, en la esfera pública proliferan los discursos que buscan combatir dicho lenguaje introduciendo nuevas terminologías. He aquí la corrección política de nuestro tiempo. Y, sin embargo, como expresa Moira Weigel: “Nadie se describe a sí mismo/a como ‘políticamente correcto’. La frase es solo una acusación”.

Historia del término

El empleo peyorativo del término surgió a finales de los 80 y principios de los 90 del siglo pasado. Fue popularizado por comentaristas conservadores como Richard Berstein o Robert McFadden para criticar el clima universitario estadounidense y la influencia que en él tenía la Nueva Izquierda. A su juicio los campus se estaban contagiando de un espíritu inquisitorial y censor que impedía cualquier expresión o discurso que se apartase de la norma progresista. La expresión ganó popularidad cuando el entonces presidente George Bush padre la usó en un discurso en la Universidad de Michigan en 1991. Durante los años siguientes, marcados por intensas guerras culturales en el país, se siguió utilizando la corrección política como arma arrojadiza. Sin embargo, con los años 2000 el término perdió fuelle y solo recientemente ha vuelto a la palestra de la mano de figuras como Trump. Y de Estados Unidos al resto del mundo.

La corrección política como excusa

Así pues, el término “corrección política” en su uso habitual (por los conservadores) no hace referencia a la corrección política como fenómeno sociohistórico. Por el contrario, alude a una única forma de la misma, aquella que los sectores progresistas de la sociedad han venido desarrollando desde hace cuatro décadas, caracterizada por la voluntad de inclusión de grupos tradicionalmente marginados. Así pues, lo que a los críticos de la corrección política les molesta no es que el lenguaje y las formas se adecuen a las circunstancias, ya que eso ha pasado siempre y en todos los grupos.

Lo que les molesta es la inclusión. El hecho de que ya no tengan el monopolio de la palabra. De que los estereotipos lingüísticos discriminatorios en los que cómodamente nos habíamos instalado ya no son de piedra. Y que las jerarquías que permitían que hubiera personas abajo y que otras estuviesen arriba se están empezando a cuestionar. Elena Crimental lo tiene claro. Si ha surgido este odio a la corrección política es por una razón muy simple: “el miedo a que cambie el status quo, los prejuicios contra las minorías y el sentimiento de superioridad frente a ellas”.

Supuestamente los políticamente correctos vienen a silenciar cualquier debate y censurar a quien se atreva a abrir uno nuevo. Sin embargo, el recurso de acusar a alguien de corrección política es la mejor manera de cerrar una discusión, como bien ha señalado Moira Weigel. Pero no solo entorpece la esfera pública, sino que también la envenena. Hace pasar la intolerancia y el odio por opinión y los derechos de las minorías por una opción cuestionable. Pero en palabras de nuevo de Elena Crimental: “la LGBTfobia, el racismo, el machismo y otros tipos de discriminaciones no son meras opiniones, son realidades tangibles, cotidianas, con consecuencias aterradoras, medibles e inmediatas para las minorías”. Y así la negación interesada de esta realidad queda enmascarada y legitimada en nombre de la “incorrección política”.

Conclusión

Por lo tanto, dejemos de hablar ya de la “corrección política”. Primero, porque por lo general no la definimos y el debate que se sigue de esta indefinición roza el diálogo de besugos. Y segundo y más importante, porque de no hacerlo continuaremos dando alas a las ideas más conservadoras (por no decir de extrema derecha). Basta con recordar los grandes adalides de la corrección política que mencionaba en el primer párrafo para darse cuenta. Trump, Le Pen, Vox, Johnson… Weigel añade: “Los opositores de la corrección política siempre dicen ser cruzados contra el autoritarismo. Pero, de hecho, la anticorrección política ha pavimentado el camino del autoritarismo populista que ahora se expande por doquier”. En conclusión, lo mejor que podemos hacer si alguien nos acurra de ser políticamente correctas es responder: “Sí… ¿Y qué?”.

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