La película es pura sencillez, no hay mecanismos sorpresivos, ni exageraciones. Es un pedazo de vida, una cámara que se fusiona con la Galicia rural más profunda y se limita a dejarnos ver y sentir como es la vida de Amador y Benedicta (maravillosos actores no profesionales). Y aquí conviene destacar brevemente el increíble trabajo de fotografía de Mauro Hercé, el cual nos adentra en el paisaje y nos acerca al fuego.
O que arde transcurre al mismo ritmo sosegado que el de la vida de campo. Plagada de paisajes de una belleza sobrecogedora, la película narra la vuelta a casa de Amador, un pirómano recién salido de la cárcel. Nadie espera a Amador cuando llega a su casa, ni siquiera su madre Benedicta, mujer de campo octogenaria, compasiva y genuina. “Tendrás hambre” le dice Benedicta a su hijo nada más verle, como si no hubiese pasado ni el tiempo ni los incendios, completamente ajena al dolor causado.
O que arde habla del poder purificador de las llamas. Todo cambia en la vida de los protagonistas cuando un fuego violento arrasa la zona. El incendio, que llega casi como una metáfora irónica de la vida de los aldeanos, lo devora todo. Este fuego nos habla de la despoblación imparable de los campos, de la crisis climática, de la muerte y olvido de lo viejo y de cómo el tiempo reabre las heridas.
O que arde se erige pues como una bellísima crónica de la vuelta a la vida social de un pirómano en el campo. Oliver Laxe consigue que empaticemos con estos dos personajes, incluso provocando que nos encontremos a nosotros mismos intentando justificar las acciones de Amador, buscando un porqué. Y es que Amador, con su mirada, sus silencios y su forma de vivir pasando desapercibido, nos hace sentir su dolor y ver como arrastra la culpa de una vida en la que no puede retroceder, sino simplemente limitarse a dejarla pasar.
Alba Pascual