Hombres y feminismos: definámonos (a favor)

La relación entre los hombres y los feminismos no siempre ha sido clara ni amistosa, pero debe serlo por el bien de todos/as

Empezaré con una confesión. Durante al menos un año y medio he despreciado e ironizado habitualmente sobre eso que se ha llamado “nuevas masculinidades”. Me parecía una etiqueta pretenciosa y a la vez ingenua. Y lo que es más importante, me sonaba al enésimo intento varonil por no perder el protagonismo absoluto en la vida pública. Una forma de parasitar la lucha de las mujeres para darse autobombo y quedar en buen lugar.

Y lo mejor de todo es que esta crítica la realizaba desde una actitud feminista (o eso pensaba) que me conducía a sospechar de cualquier pensamiento, palabra o acción masculina en general y en concreto en cuestiones de género. En principio también me incluía a mí mismo en esta desconfianza generalizada hacia lo masculino. No obstante, viéndolo con perspectiva tengo que admitir que se trataba más bien de un mecanismo para diferenciarme del resto de hombres. Según esta lógica yo era el feminista y desde mi pedestal tenía derecho a evaluar (y suspender) el feminismo de los demás. No era raro oírme decirle a alguna amiga: “Nunca te fíes de un hombre que…”, “Huye si un hombre te dice…” y otras tantas frases similares.

Más allá de mi arrogancia particular (un tanto machista, por cierto) estos comentarios son presa de una mentalidad pesimista con respecto al deseo y la posibilidad de cambiar de los hombres en una sociedad patriarcal. Suponen una amarga aceptación del statu quo que empequeñece y desprecia cualquier gesto masculino que se aleje sinceramente de los estereotipos machistas.

Hombres y feminismos: un papel en positivo

Frente esta actitud ahora considero necesario dar un papel en positivo a los hombres dentro del feminismo. Esto no significa que debamos liderar la lucha feminista o caer en el victimismo del “qué mal me trata el patriarcado por no ser un hombre normativo”. Tampoco que debamos competir entre nosotros por ver quién está más deconstruido. Se trata tan solo de que estemos presentes. No como protagonistas, sino como personajes activos. No desde la búsqueda del beneficio o el aplauso, sino desde el deseo de cambiar (bell hooks), con humildad y prudencia. Rehuyendo de las lamentaciones y la culpa, que solo llevan a la inacción. Ha llegado el momento de que los hombres nos responsabilicemos y creamos de verdad que es posible no escapar de la socialización masculina, sino demolerla o al menos minimizarla al máximo. Lo contrario nos llevará a la indiferencia y allanará el terreno para el antifeminismo.

bell hooks: algunas ideas claves

En lo que queda de artículo glosaré el capítulo “Hombres: camaradas den la lucha” dentro del libro Teoría feminista: de los márgenes al centro de la gran autora interseccional bell hooks, tristemente fallecida el año pasado. Su premisa básica consiste en que pensar que los hombres pueden ser indiferentes a la revolución feminista supone mantener una división sexual del trabajo. Así, habría al menos una labor, la abolición de la opresión sexista, que sería “cosa de mujeres”, lo que permitiría a los hombres no hacer absolutamente nada.

Además, hay un claro sesgo de clase y raza en el feminismo más dialéctico (representado por feministas históricas como Firestone o Jeffreys), es decir, que opone como enemigas de clase las categorías macizas “hombre” y “mujer”. De esta forma olvidamos que: “no todos los hombres se benefician igualmente del sexismo” (pg. 118), pues también entran en juego las diferencias raciales, de clase, de nacionalidad… Por no mencionar que: “Los sentimientos antimasculinos han alienado a muchas mujeres pobres y de clase obrera, especialmente a mujeres no blancas, del movimiento feminista” (pg. 119), ya que ellas no pueden permitirse una confrontación dialéctica con los hombres de su entorno.

Por supuesto, no podemos olvidar que todos los varones perpetuamos el sexismo y ninguno es oprimido por el mismo, pero eso no quiere decir que “vivamos bien” en él ni todos en igual medida. La mayoría de hombres sufre opresiones por otras bandas y: “mientras siga[n] atacando a las mujeres y no al sexismo o al capitalismo, ayuda[n] a mantener un sistema que le[s] concede muy pocos beneficios y privilegios, si es que le[s] concede alguno” (pg. 127).

Bell hooks nos invita también a reenfocar la discusión sobre el privilegio. A su juicio, no todos los actos de opresión masculina son privilegios. El abuso no es, como algunas feministas creen, un privilegio, sino una “expresión de bancarrota moral” (pg. 129). Si los hombres seguimos pensando que abusar de una mujer es un privilegio no entenderemos lo perjudicial que resulta para nosotros mismos y para nuestro entorno replicar tales acciones. Y, peor aún, perpetuaremos una espiral de violencia simbólica y física que obstaculiza una convivencia más humana. Y de eso es de lo que se trata.

Conclusiones

No voy a extenderme más. Simplemente recomiendo leer el capítulo glosado de bell hooks y una obra suya más reciente: El deseo de cambiar. Termino reiterando el mensaje que ha atravesado todas estas palabras. Siempre habrá hombres interesados que parasiten el feminismo para sus propios intereses. Es más, hemos de reconocer con humildad ese hombre podríamos ser nosotros mismos. No obstante, los hombres en su conjunto, desde sus diferencias de clase, raza, nacionalidad, capacidad… deben involucrarse activamente (lo cual no es sinónimo de como protagonistas) en la lucha contra la opresión sexista. Dada nuestra responsabilidad directa en la perpetuación de la misma, seríamos sus cómplices si no nos esforzásemos por desmantelarla.

Y esto lo digo no en abstracto, sino atendiendo a las circunstancias actuales de mi país (España). Aquí, al igual que en otros lugares, el auge del movimiento feminista ha ido acompañado de una virulenta reacción antifeminista. Sus cabezas más destacadas, por supuesto, son hombres que ven el feminismo como una amenaza para sus privilegios y como una ideología excluyente.

Mi intención no es disculparlos ni darles la razón (porque no la tienen), pero el feminismo haría mal en no enfrentarse a este problema. No solo desde la confrontación directa de sus ideas, sino sobre todo desde la oferta de una alternativa vital y social que permita a estos hombres: 1) enfocarse en sus problemas reales (como el capitalismo, la crisis ecosocial, el racismo…) y b) hacer las paces consigo mismos y su entorno. Así, quizá la mejor forma de minimizar el número de Tíos Blancos Heteros o votantes de Vox sea ofrecerles algo en positivo. Puede que quede en agua de borrajas, pero el intento es necesario; para ellos y todos nosotros.

Para más info léase este artículo de Ana Requena en El Diario sobre hombres, feminismo y extrema derecha.

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