¿Puede un hombre ser feminista?

Antes de plantearnos preguntas posteriores sobre la relación entre los hombres y el movimiento feminista es necesario responder a este interrogante

Hace unas semanas comentábamos los límites del modelo de masculinidad que Timothée Chalamet representaba y sus límites. Al final de aquel artículo prometí otro exponiendo otro tipo de pasos que deberíamos dar los hombres para alinearnos radicalmente con el feminismo. Ese artículo llegará, lo prometo. Pero antes me parecía interesante frenar y hacernos una pregunta previa que está en la base de cualquier reflexión posterior sobre este tema: ¿puede un hombre ser feminista? Pues dentro del propio feminismo esta cuestión es más polémica de lo que a simple vista podría parecer.

Negacionismo feminista prudencial

En una entrevista para El Diario el filósofo y yutúber Ernesto Castro afirmó lo siguiente:

No me consideraría feminista igual que no me considero a mí mismo santo. Los santos son los que no se consideran a sí mismos santos. […] Entonces, ante la pregunta de si un hombre es feminista o no, si dice que sí, se está colgando una medalla, y si dice que no, se la está quitando.

En la misma línea responde Andrés Montero a la pregunta que da título a su artículo “¿Pueden los hombres ser feministas?”. No, no pueden. En todo caso, pueden estar feministas. ¿Qué significa esto? Que los hombres pueden “tomar consciencia” de sus privilegios y revisárlos (estar), “pero desarraigarlos de los automatismos de la conducta [ser] no es tan sencillo ni se muestra tan evidente”. Así pues, un hombre solo podría ser feminista cuando el propio feminismo hubiese calado tanto en la sociedad que esta hubiera dejado atrás el patriarcado. En ese escenario los hombres ya no se podrían comportar de manera machista, pues habrían sido educados de otra forma. Pero al mismo tiempo ya no haría falta que los hombres (ni las mujeres) fuesen feministas, porque este movimiento ya habría logrado su objetivo. Resultaría tan innecesario como declararse republicano en un país donde hace siglos que se abolió la monarquía.

Pero ¿es tan fácil?

Estos análisis apuntan con acierto hacia todo aquel que se crea lo suficientemente deconstruido como para estar libre de asperezas patriarcales. Sin embargo, hay algo en ellos que no me termina de convencer y la analogía con el republicanismo refleja bien qué. En efecto, declararse republicano en Francia o en Argentina no tendría mucho sentido. No solo porque ambos países son repúblicas, sino porque no hay ningún movimiento político serio ni relevante que proponga allí la corona como la mejor opción de gobierno. Ahora bien, ¿qué ocurre en países como Tailandia o nuestro querido Reino de España, donde la monarquía sigue imperando? ¿Acaso no se autotitulan republicanas todas las personas contrarias al statu quo y defensoras de otro modelo de Estado que mande a paseo a los reyes? Cambiemos los conceptos principales y está lógica será igual de válida en el caso que nos ocupa.

¿Qué significa ser feminista?

 Lo que está en juego aquí es cómo definimos “feminista”. Dos son las opciones:

  1. Feminista = desconstruido y pospatriarcal.
  2. Feminista = en constante, prudente y humilde proceso de deconstrucción y lucha contra el patriarcado y los roles de género.

Si una persona se considerase a sí misma feminista en el primer sentido la veríamos como alguien arrogante, por encima del bien y el mal. No obstante, la segunda acepción es aceptable y el deseable. Es más, si un hombre no pudiera ser feminista de acuerdo con esta definición tampoco las mujeres podrían, ya que ellas viven en la misma sociedad patriarcal y la replican mediante los respectivos roles de género en los que han sido educadas.

La única manera que ellas tienen de salir de esta rueda es abrazando el feminismo, rompiendo con los prejuicios recibidos y combatiendo las injusticias de corte machista. Labores todas a las que los hombres se pueden consagrar desde su respectiva posición de poder en una sociedad patriarcal y sin descuidar la diversidad entre unos y otros (no es igual de poderoso o privilegiado un hombre blanco de clase alta que un hombre racializado de clase obrera, no lo olvidemos).

No nos tomemos demasiado en serio la pregunta

Así pues, parecería que la respuesta ya está clara. Con matices, pero sí, un hombre puede ser feminista. Sin embargo, pese a lo dicho hasta ahora quizá la mejor decisión no sea otra que impugnar la pregunta en sí misma. Cuando preguntamos si un hombre (o una mujer) puede ser feminista parece que estuviésemos inquiriendo sobre algún atributo concreto. Algún rasgo de personalidad que sea intrínsecamente feminista y del que quienes no se adhieren al feminismo carecen. Ser feministas sería así un estilo de vida. Una suerte de cultura o contracultura que afectaría el modo en que estamos en el mundo y nos desenvolvemos por él. Ahora bien, el feminismo no es esto. Se trata de un movimiento político por cambiar la cultura y las vidas actualmente existentes a escala colectiva.

Se podría trazar una analogía con el ecologismo. Por coherente que trate de ser una persona afín a este movimiento (no comer carne, utilizar la bicicleta y el transporte público, renunciar al avión…) vivimos en una sociedad capitalista con fuertes derivas ecocidas. Por ello, aunque intentemos vivir una vida “ecologista” siempre aflorarán las contradicciones. Pero esto no quiere decir que no se pueda asumir un compromiso político ecologista siempre y cuando se entienda que el ecologismo no pretende (o no principalmente) que todo el mundo, individualmente, cambie su forma de vida, sino que las estructuras económicas, productivas, políticas y culturales de nuestra sociedad den un vuelco.

De lo personal a lo político

Igual es el caso del feminismo. Para aspirar a una sociedad libre de la opresión sexista serán necesarios grandes cambios individuales. Pero para propiciar dichos cambios deberemos centrarnos en las líneas de flotación de la sociedad patriarcal (más todas sus aristas clasistas y racistas) y no tanto en los atributos individuales de las personas. El feminismo no es una identidad, sino un instrumento para cambiar el mundo en que vivimos. Por eso sostiene bell hooks que: “Deberíamos evitar usar la frase ‘yo soy feminista’ (una estructura lingüística diseñada para referirse a algún aspecto personal de nuestra identidad y de nuestra autodefinición) y afirmar en cambio ‘yo defiendo el feminismo’” (Teoría feminista: de los márgenes al centro: pg. 67).

El machismo y el sexismo suponen realidades que nos afectan a todas las personas. Nadie escapa a los roles y estereotipos de género, a los prejuicios, a las dinámicas patriarcales… Y todas contribuimos en mayor o menor medida a reforzarlos. Evidentemente la contribución de los hombres es distinta de la de las mujeres y la posición que nosotros ocupamos en este mundo patriarcal nos concede unas prerrogativas que a ellas les toca padecer. Asimismo, y no hay que cansarse nunca de enfatizarlo, existen importantes diferencias dentro de los hombres y de las mujeres como consecuencia de la intersección entre la opresión de género con la de raza y clase, más la LGTBIfobia, el capacitismo, el edadismo… Variables todas que determinan nuestra situación y responsabilidad concreta en esta sociedad a la hora de replicar los estándares patriarcales (y todos los demás).

Conclusión

La cuestión, por lo tanto, no es si un hombre o cualquier otra persona puede ser feminista, como si eso implicase algún tipo de cualidad sustantiva. No debemos aspirar a la pureza, sino al compromiso. Por lo tanto, aunque creo que deberíamos desconfiar menos de un hombre que se considere a sí mismo feminista y más de aquellos (y aquellas) que promueven el antifeminismo, no tendríamos que dar tanta importancia a este tipo de declaraciones.

Lo realmente relevante es cómo cada persona puede contribuir a crear un movimiento social y político capaz de cambiar estructuras en su conjunto. Así pues, en vez de preguntarnos si un hombre puede ser feminista sería más fructífero plantearse cómo podemos lograr una sociedad acorde con los objetivos feministas. Y en esa labor necesitamos al mayor número de gente posible, hombres, mujeres y demás. Las responsabilidades, aprendizajes y desaprendizajes que deberán acometer unos y otros son distintos, pero el objetivo y la lucha son los mismos.

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