Crítica ‘Tres kilómetros al fin del mundo’: Escapar de la violencia del silencio

La ganadora de la Queer Palm en Cannes y de la Espiga Arcoíris en Seminci, Tres kilómetros al fin del mundo llega a los cines el Viernes 13 de junio de la mano de Vértigo Films. Un reivindicativo drama rural sobre los prejuicios y la violencia contra el colectivo LGBTQ+ que mantiene la tensión hasta el último minuto.

Fotograma de la película Tres Kilómetros al fin del mundo. Crítica Escapar de la violencia del silencio
Fotograma de ‘Tres kilómetros al fin del mundo’. Foto: Vértigo Films

Adi es un chico de diecisiete años que durante las vacaciones de verano regresa a casa de sus padres, en un pueblo cercano al idílico Delta del Danubio. Cuando una noche unos jóvenes del pueblo le agreden brutalmente tras verlo con un joven turista de Bucarest, los rumores se desatan y la calma del lugar se ve perturbada. Comienza entonces la búsqueda de los culpables mientras su identidad y la nueva realidad de Adi y sus padres choca con los valores tradicionales de la comunidad.

Protagonizan esta historia el ganador de la Concha de Plata a Mejor Actor en el Festival de San Sebastián, Bogdan Dumitrache (Pororoca), la habitual en Cannes Laura Vasiliu (4 Months, 3 Weeks and 2 Days) y el debutante Ciprian Chiujdea. La cinta sigue la trayectoria de películas producidas en Europa del Este en torno a la temática LGBTQ+, como ya hiciera en su momento la georgiana And then we danced.El largometraje también obtuvo la nominación a la Queer Palm en Cannes por su denuncia contra la homofobia en una sociedad conservadora.

La violencia en el silencio

Inspirado por un caso real de violación a una chica que tuvo lugar en su país, en el que los vecinos se situaron en contra de la víctima por su aspecto físico, su director, el también actor rumano Emanuel Pârvu, creó esta historia para explorar cómo los prejuicios cambian la actitud de las personas hacia alguien al descubrir que pertenece al colectivo LGBTQ+.

Pese a su premisa inicial, la violencia que retrata la película no es física; en ningún momento se muestra la paliza. Por el contrario, su dureza reside en la calma y la aparente normalidad que se ve perturbada, poniendo el foco sobre el rechazo incluso por parte de las personas que se supone deberían proteger y apoyar incondicionalmente a Adi. Tal vez por eso peque de pasar demasiado tiempo con los opresores en vez de con la víctima y su perspectiva, pudiendo parecer a veces un thriller policial más que el drama reivindicativo que busca ser.

Esa tranquilidad incómoda a punto de estallar se traduce en una narrativa pausada que mantiene la tensión durante toda la película. También se muestra a través de los encuadres, en los que Adi se sitúa en los márgenes con parte de su cuerpo cortado, enmarcado dentro del propio plano mediante espejos o los marcos de las puertas, o incluso completamente fuera de plano. Al contrario que el resto de personajes, especialmente los masculinos, Adi queda excluido fuera de su comunidad y de su propia familia. Los prejuicios y el qué dirán pesan más sobre sus padres que el amor que sienten por su hijo. Una realidad aún hoy muy presente, como demuestra la reciente iniciativa europea para prohibir las terapias de conversión, que logró recaudar más de 900.000 firmas.

Escapar para poder ser

Atrapado por lo que los demás esperan de él y sus prejuicios, Adi le cuenta al turista de Bucarest con el que tiene un amor de verano que siente que se ahoga en su hogar natal. Es ese sentimiento lo que le impulsa a querer escapar constantemente, con el único apoyo de su amiga Ilinca, interpretada por la también debutante Ingrid Micu-Berescu. Y lo hace de forma cíclica, a través de dos momentos esenciales en la película.

En el primer plano que vemos, el joven pasea con el turista por la playa al atardecer. Una imagen muy bella e idílica que marca los mismos ingredientes que se repetirán en el plano final, en el que Adi se abre camino a través del mar hacia esa ansiada libertad, pero viéndose obligado a dejarlo todo atrás.

Fotograma de la película Tres Kilómetros al fin del mundo. Crítica Escapar de la violencia del silencio
Fotograma de ‘Tres kilómetros al fin del mundo’. Foto: Vértigo Films

Reivindicación en los cines este mes del orgullo

Con el auge de la extrema derecha en países de Europa como la propia Rumanía, donde el candidato de extrema derecha ha logrado el 40% de los votos en las últimas elecciones, Tres kilómetros al fin del mundo cuenta una historia poderosa y tensa que te mantendrá pegado a la pantalla en todo momento.

Pârvu pone el foco sobre la cuestión identitaria, la espera de un amor incondicional que no llega y sobre aquellos que, pese a no ser familia, se convierten en el mayor apoyo. Un mensaje doloroso pero optimista a reivindicar en este mes del orgullo. Y es aquí donde reside su mayor fuerza al revindicar una libertad que va más allá de amar a quien cada uno quiera: la de poder ser uno mismo sin miedo.

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