‘Escape’, con producción de Martin Scorsese y un Mario Casas nunca visto, dispuesto a llevar al límite a los espectadores
‘Escape‘, mi visión. El cine para mí siempre ha implicado sentir. Para sentir tienes que creer. A los pocos minutos de empezar la película debes haber renunciado al mundo real de la sala que te rodea y adoptar el de la pantalla como propio. Si no lo haces te encuentras con hasta dos horas de vacío. O peor, de irracionalidad.
‘Escape‘, respecto a esto, es valiente. Pero como todo lo valiente, también es voluntariamente descuidada y arriesgada. Rodrigo Cortés, director y guionista, propone algo innovador: un personaje nunca visto, que no sufre ningún arco, y que aun así tiene un propósito claro, ir a la cárcel. Escape termina convirtiéndose en una comedia absurda profundamente dramática, que acomete contra todo lo establecido hasta ahora. Es por definición una obra compleja, inspirada libremente en el libro de Enrique Rubio.
Mario Casas interpreta a nuestro protagonista llamado N. Lo hace de una forma irresistible, cuidada. Su personaje es introvertido, con un doloroso pasado que se va dejando entrever a través de palabras sueltas y que se remarca en una jota de un sueño fantasioso en una escena musical. Nada está prohibido en ‘Escape’ y nada se espera aquí. El montaje, la banda sonora y las interpretaciones están completamente a favor de la narrativa.
Destaca por supuesto el guion, con unos diálogos brillantes y mordaces. No me cuesta imaginar el empeño de un maestro Scorsese por querer participar. Hay algo mágico en la voluntad de N, algo que te atrapa y como espectador te dejas arrastrar. Rodrigo construye un personaje profundamente hermético que termina convirtiéndose en inalcanzable. Un personaje con el que muy probablemente no puedas empatizar -en el sentido de su egoísmo puro y duro-, pero que sí puedes entender. Han pasado ya muchas décadas desde que los protagonistas dejaron de ser héroes.
El resto de los personajes que completan esta atmósfera de lo absurdo cuentan con un reparto de ensueño. El implacable juez es José Sacristán, la hermana de N es Anna Castillo o el preso compañero es Albert Plá. Sus escenas, sus conversaciones y hasta sus peleas (físicas o verbales), crean la parte emocional y reflejan el dolor desde lo grotesco. La falta de realismo, la repetición de la fábula de la rana y el escorpión o la reveladora Blanca Portillo en prisión redondean el cuento. No me imagino a N sin ellos.
Durante mi primer y único visionado en cines, vino a mi cabeza en un par de ocasiones el director italiano Paolo Sorrentino. Lo hizo a través de su ironía religiosa y la especial atención a detalles. La primera vez se aprecia claramente en la escena en la iglesia, con un cura descabellado y violento donde se cuestiona la fe, todo desde la ridiculez. La segunda vez que vi a Sorrentino fue en el abanico de una mujer en el juicio. El sonido de este abriéndose se impone a la escena. Sin querer, contienes el aliento. De forma más abierta y repugnante lo hace Sorrentino con la mujer con abrigo de piel y el queso burrata en ‘Fue la mano de dios‘, aunque se puede apreciar en todas.
Si el cine consiste en renunciar a ese mundo real de la sala, con ‘Escape’ tienes que hacerlo pronto. Yo lo hice, pero entiendo con sinceridad a quienes no puedan hacerlo. Ahí encuentro la valentía de Rodrigo Cortés, y ahí encuentro lo que me enamoró del cine: la capacidad de hacer sentir.