Hablemos del mercado del arte

Entre el mercado del arte y el arte mismo parece haber un conflicto. ¿Cómo lo gestionamos?¿Tiene sentido ese conflicto?¿Quién tiene razón, si alguien la tiene?

Pavlo Verde

El mercado del arte: un mundo de cifras

Ocasionalmente nos llegan noticias del mundo del arte que nos hablan de subastas exóticas, precios desorbitados y espectáculo. Ese es ni más ni menos el “mercado del arte”, los circuitos comerciales por donde un buen número de artistas se mueven y tratan de ganarse la vida a costa de algún millonario poco apegado a su cuenta corriente. Así, nos encontramos con noticias como la venta en 2015 del cuadro ¿Cuándo te casas? De Gauguin por cerca de 270 millones de dólares. Por no hablar de la subasta en 2017 del Salvator mundi de Da Vinci por la friolera de 450.312.500 dólares. A esto hay que sumar polémicas como el Vaso de agua medio lleno o medio vacío de Wilfredo Prieto (un vaso de agua llenado a la mitad, sin más) por 20.000 euros en la feria ARCO de 2015. O el ya clásico tiburón en un tanque de formol de Damian Hirst vendido por 10 millones de euros.

Detalle del cuadro Salvator mundi

Las cifras de ventas totales alcanzaron en 2019 el récord histórico de 13.200 millones de dólares. En número de transacciones ese mismo año fue de 550.000, casi el doble que hace dos décadas.

Cobrar vs. crear

Evidentemente, esto no siempre ha sido así. No hablo ya de épocas remotas. El artista Christian Boltansky dijo una vez que en los años 70: “Los que vendían era considerados imbéciles, vender no estaba bien visto, ¡era casi una vergüenza!”. ¡Cómo han cambiado los paradigmas! Es indudable que el mercado del arte está desatado y que su importancia crece exponencialmente. Esto ha causado que gran parte de la cobertura mediática al arte en general vaya destinada al baile de cifras. Por un lado, se han generado grandes grupos económicos y culturales que ganan cada vez más influencia en las discusiones artísticas. Por otro, en torno a este mercado imparable han aparecido voces críticas y contestatarias. Estas posturas van dirigidas contra la arbitrariedad de los precios finales y la presión sobre los artistas pequeños que esta dinámica genera. Ahora bien, ¿qué se puede hacer con este mercado y cómo se pueden orientar sus críticas?

El arte concebido como mercado y negocio pone lo económico como elemento indispensable de la valoración artística. A esto se suele responder con la clásica sentencia de Machado: “Todo necio confunde valor y precio”. Una cosa es la calidad de las obras y otra cuánto esté uno dispuesto a pagar por ellas. Sin embargo, esta dualidad simplifica enormemente las dimensiones del arte. El arte es una suma abierta de múltiples valores. La calidad estética “objetiva” (sea lo que fuere) es un valor artístico tan contingente como su precio. Otros podrían ser la diversión o satisfacción que genera en quien crea la obra, el valor simbólico o sentimental para una persona o comunidad… Por lo tanto, limitar este debate a un conflicto entre cifras y una supuesta virtud estética incontestable no basta.

Más allá del conflicto

Una aproximación más interesante la ofrece la periodista cultural Sarah Thornton en su artículo Diez razones para no hablar del mercado del arte. Algunos de sus puntos son los siguientes: “Expone demasiado a los artistas que alcanzan precios altos”, “Parece implicar que el dinero es lo más importante en el arte”, “Es dolorosamente repetitivo” o “El pago es banal”. A primera vista son argumentos muy similares a aquellos de los “esteticistas” arriba mencionados. No obstante, ella no pone el acento en el hecho de que haya gente que quiera pagar 10 millones por un tiburón muerto como si esto fuera una “vergüenza”. Aunque muy monótona y aburrida, es una forma más de entender el arte. Al fin y al cabo, era Andy Warhol quien decía que “el negocio es la mayor de las artes”. El problema surge cuando esta perspectiva concreta se convierte en hegemónica. Así, no solo copa las portadas, sino que oculta a todos los artistas con concepciones diferentes y estilos que se salgan de lo “comercial”.

El artista Andy Warhol

En definitiva, no hay duda de que arte y mercado del arte están muy relacionados. Pero no son una y la misma cosa y de hecho pueden ir por caminos muy distintos. Han de aprender a coexistir sin caer en excesos. Los puristas no deberían vilipendiar el mercado del arte, en todo caso reflexionar sobre él críticamente o directamente ignorarlo. Los magnates e inversores del mundillo y los artistas estelares no deberían monopolizar la atención mediática e institucional, sino aprender a jugar a su juego sin totalizar ni jibarizar eso tan diverso que es el arte.

El arte por el arte

En todo caso, no quiero parecer equidistante. El mercado (del arte) es un apéndice que no puede existir sin el arte mismo, pero no al revés. El arte es algo mucho más grande que esas cifras estratosféricas que de vez en cuando aparecen en los periódicos: es compartir, renovar, conservar… Es reciprocidad, juego, pasatiempo, crítica, (ausencia de) calidad, acción, disfrute… No solo eso. Una gran cantidad de artistas de pleno derecho no viven de lo que hacen, sino de labores complementarias como la enseñanza o el periodismo, entre muchas otras. Para la mayoría de ellos y ellas vender no es una cuestión de vida o muerte y en algunos casos no es una cuestión, sin más. Simplemente les resulta irrelevante. Un día podría desaparecer ese mercado y el arte y los artistas continuarían dejando su pequeña huella. Pero si las casas de subastas y sus inversores millonarios se desvaneciesen poca gente (y menos dentro del mundo del arte) se daría cuenta. Y eso es lo que realmente importa.

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